“Cuán
lejos tengo que ir para encontrarte a Ti, en quien ya he llegado”. Esto dice Thomas Merton.
Sé que viviré y moriré caminando y
peregrinando, movida por mi sed. Y eso, aunque ya estoy al mismo tiempo en la
meta y en el punto de partida. Mi esencia es ser buscadora y soñadora, y de eso
se me ha regalado bastante.
Los locos por la causa divina no
somos multitud, pero la vida no es cuestión de número sino de intensidad y de
ilusión. La fe rejuvenece, porque libra de ataduras y nos da alegrías de niño
pequeño, que no se pueden compartir con todo el mundo, aunque sí nos gustaría.
El abandono o desapego del que vive
la fe contrasta con la vida esencialmente preocupada de la mayoría de la gente,
siempre angustiada por lo que pasará. Si dejamos nuestros días en manos de
quien ya están, nos relajamos y perdemos el miedo, entonces todas las locuras
son posibles. Como la de sentirnos portadores de buenas noticias y querer
propagar y contagiar nuestra nueva visión enamorada. Como la de querer vivir la
vida conscientemente, en estado puro. Y también la bella locura de poder
estrenar libertad cada día.
Este es mi poema a esa preciada
libertad:
Esta noche me he
encontrado
a mi libertad en
una esquina,
me ha seguido la
pista
para mirarme a
la cara,
yo la he
recibido con sonrisa ancha,
también la
esperaba.
Mi libertad y yo
hemos estrenado
un nuevo camino
y hemos
arreglado una nueva casa,
hemos cambiado
planes,
y alterado
horarios,
para no tener
que separarnos.
Es libre mi
libertad
para atarse a mi
destino
y perder
profundidad,
y adentrarse en
mi espacio verdadero,
que es mi anhelo.
Huye de
seguridades
igual que si
fueran cárceles,
vive libre de
ataduras
y de bienes
materiales.
Es amiga de la
luz
y de lo sabio,
de la calma y el
sosiego,
renueva mis
energías
y hace grande mi
tiempo.
1 comentario:
En Ti, en quien ya he llegado. Olé
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