Qué belleza la oración que empieza:
“Aquí estoy mi Dios”. Qué grande
ponerse a su servicio, como un simple soldado que cumple con lo que tiene que
hacer, sin estridencias, sin soberbia ni engreimiento. Si amas, es lo que debes
hacer. Si acompañas, es tu obligación. Y si luchas por un mundo más justo, no
te quedes esperando el aplauso porque has sido enviado exactamente para eso.
Qué grandeza poder prestar tu voz a
lo creado, y elevar esa oración que no es tuya, sino que pasa a través de ti
porque es necesaria esa alabanza, ese encuentro de ternura entre el Creador y
su Criatura. En la oración, al igual que en la búsqueda, ya hay un encuentro.
En medio de los conflictos, las
injusticias y la violencia del mundo siempre hay motivos de esperanza, vamos a
encender pequeñas pero necesarias luces que nos alumbren y nos den sentido,
porque nos hacen humanos.
La luz de la escucha, el diálogo,
la compasión, la acogida, la humildad, y tantas otras. Para ese alumbramiento,
el mundo necesita nuestras manos, nuestro ser, para facilitar ese parto que nos
lleva a una mayor consciencia y gratitud.
Cuando tomamos consciencia, dejamos
de ser indiferentes o extraños a la vida. Y aun en mitad de la oscura noche,
nos ponemos ilusionados a su servicio.
Esta es mi oración:
“Aquí
estoy mi Dios,
dentro
de mí, agazapado,
contemplando
la creación
en
lugar privilegiado,
conociendo
al gran actor,
en
cada escena transformado.
Y
me dirijo a ti, junto mis manos,
y
le presto mi voz a lo creado,
porque
me has concedido
ser
divino y ser humano,
porque
me alimentan los abrazos
y
los gestos de la tierra,
porque
no puede pasar ni un día
sin
que te quiera.”
2 comentarios:
Has sido enviado exactamente para eso.
Gracias Conchi por compartir tu oración¡
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