“Procura
no inquietar tu alma ante el triste espectáculo de la injusticia humana. Sobre
esta injusticia verás un día el triunfo definitivo de la justicia de Dios.” (P. Pío)
No solo se nos inquieta el alma
ante el triste espectáculo de la violencia en el mundo, de la incomprensión y
la injusticia, sino también ante nuestros propios fracasos, incertidumbres,
asuntos no resueltos o no bien gestionados, problemas de todo tipo en el
entorno social y familiar. Quien nos puede hacer sufrir más es, sin duda, aquel
o aquella que tenemos más cerca, con el que convivimos.
La cita del P. Pío vale no solo
para las injusticias del mundo sino para cualquier sufrimiento humano. Sobre
cualquier sufrimiento se alzará, y se alza ya, el triunfo de la misericordia y
la ternura de Dios.
Para el creyente la certeza de ese
triunfo lo es todo y le llena en cada momento de gozo y alegría, porque le da
una fuerza imposible de entender para el que no tiene esa fe.
Ese triunfo del Amor Divino se da
hoy, es presente, no puede ser de otra manera. No puede ser que en este momento
no triunfe Dios, más tarde sí. Parece una locura decir esto, viendo el panorama
del mundo y la situación tan difícil de tantas personas. Necesitamos mirar con
otros ojos. Con mirada nueva. “Despierta, alma mía.”
“He venido para que tengáis
alegría”, dice Jesús. Ahora, ya. No cuando se arreglen los problemas, cosa que
es posible que no suceda nunca.
El tren de la felicidad pasa por
nuestra vida en cada momento, podemos subirnos a él, o decir: hasta que no se resuelva
esto, no. Siempre hay cosas por resolver: esa enfermedad, esa situación
económica o emocional, ese desamor en el ambiente. Por eso, nunca estamos
listos para subir al tren.
Al tren se sube dando un salto de
fe. Diciendo: a pesar de todo, yo confío. Y lo podemos hacer ya, ahora mismo.
¿A qué esperas?
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