El ser humano tiene la capacidad de
responder a la gracia divina que le entra por todos los poros, también de crear
con el Creador, y de amar con el único y maravilloso Amor.
Desde nuestra misma fragilidad se
nos da un lugar de responsabilidad crucial, se nos concede ser creativos, a la
vez que enamorados. Todo esto mezclado con la sencillez de las faenas
cotidianas y sin dejar nuestros horarios.
Cómo responder a algo tan grande.
Pues, sencillamente, diciendo: “Aquí estoy, vive en mí, actúa a través de mí,
toma mis manos, mis pies, mi corazón.” Nuestra respuesta es básicamente el “sí,
quiero” de los esposos, “en la salud y en la enfermedad, en lo malo y en lo
bueno”.
Es un matrimonio por amor, en el
que yo digo SÍ. Y a partir de ese consentimiento, acepto y me fío. No todo será
de color de rosa, pero ante las pruebas que irán llegando, no perderé mi
confianza ni mi fidelidad, porque sé que mi enamorado también me es fiel y me
ama.
De esta manera, se vive de otro
modo. No hundiéndonos con cada problema, no con ataques de ansiedad. Sino con
ilusión y con gozo interior. Sabiendo que todo es para bien, y todo acabará
bien, no puede ser de otra manera.
Hay que quitar el lastre de pesimismo
y negatividad. Para que la luz que nos alumbra no quede oculta. Esa luz que
llevamos siempre encendida, nacemos con ella y gracias a ella. “No se enciende
una luz para ponerla debajo de la cama”, eso dice la Biblia.
Hay que abandonar el victimismo y las
quejas. Para dejar de alimentar nuestro ego y, por fin, estrenar la preciosa
libertad.
Lo más grande ya lo llevamos dentro,
pongámonos a su servicio para poder responderle: “Sí, quiero”.
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