Nos dice Jesús en el Evangelio que
nos amemos y que demos mucho fruto.
A lo mejor, dar fruto tiene que ver
con ser alimento para los demás, darles ese tesoro que se nos ha regalado generosa
y gratuitamente, y que puede salir en forma de sonrisas, aceptación, alegría,
paz, agradecimiento, amabilidad.
Volver la mirada hacia el interior
siempre es enriquecedor y liberador, porque nuestra naturaleza más profunda
está sembrada de perlas preciosas, solo hay que dejarles la puerta abierta para
que salgan a la luz.
Los frutos están destinados a
salir, y tienen su propia fuerza para abrir caminos, “la tierra produce por sí
misma”. Nos creemos que todo en esta vida depende de nosotras. Pero no. Lo que
si podemos ser es observadoras o espectadoras agradecidas del milagro de
existir, de la generosidad de la creación que busca realizar su destino.
A veces, los tesoros duermen en
nuestro interior y necesitan detonantes o motivaciones para despertar.
Yo, que soy escritora tardía, no
sabía que me iba a apasionar con este tema. Pero encontré las personas
adecuadas, en los momentos adecuados, que me dijeron las palabras oportunas
para yo escribir y… posteriormente publicar, algo para mí totalmente
impensable, que no entraba en mis proyectos.
Tengo dentro una fuente en
ebullición llena de palabras y de pausas, ahora lo sé, y lo disfruto. Puedo
decir que he sido conducida para sacar ese don que yo ignoraba.
Todas tenemos frutos para “dar de
comer” a las demás, si nos ponemos en actitud receptiva y de escucha, la misma
vida nos ayuda a descubrirlos.
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