Precioso lema. Preciosa meta.
Divino encargo.
Dice el Papa Francisco que cada uno
de nosotros somos “una misión, un camino
de santidad, un proyecto del Padre. Concebir la totalidad de tu vida como una
misión, dejarte transformar y renovar por el Espíritu para que esto sea
posible” (EG 23-24)
Se nos ha situado en un paraíso. Su
significado original hace referencia a un jardín extenso y bien arreglado,
bello y agradable. En la Biblia: vergel donde Dios coloca al ser humano.
Habitamos el lugar ideal para
nuestro encuentro soñado, para nuestro crecimiento personal y espiritual.
La alegría, o el gozo, nos invade
cuando nos damos cuenta de este precioso lugar, que nos permite servir al que
es nuestro Alfarero y se ha convertido en nuestro Huésped, para que podamos
hablarle de tú a tú.
Ese paraíso es el mismo Dios hecho
lugar que acoge, potencia, consuela, llama. Nuestra alegría nos viene de experimentar
esta llamada, cargada de ternura y fidelidad paterno/materna.
Una vez experimentado este
encuentro, no podemos quedarnos quietos, tenemos que salir y comunicar, con
nuestra misma vida, la buena noticia de que otro mundo es posible, y de que la
alegría tiene que ser nuestro sello.
Esta sagrada misión requiere
decisión, valentía, y una buena parte de locura. Porque no se estila en el
mundo este arranque de gozo y gratitud.
La valentía y la audacia nos viene
de saber que esta misión no es nuestra sino del mismo Dios que toma nuestra
frágil materia para enviar un mensaje al mundo. Somos enviados, y se nos dan
los medios necesarios, las palabras y los gestos precisos, la pasión y la
fuerza que necesitamos para el camino.
Preciosa misión, que nos llena la
vida y nos hace decir “gracias” en cada instante.
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