Todos pretendemos hacer algo
grande y precioso con nuestra vida. No creo que nadie se libre de este anhelo.
Y cuando vemos que las cosas no salen como quisiéramos, que nos vence la
indiferencia, o que nos desviamos de nuestro propósito, nos desanimamos.
Empezamos a equivocarnos cuando
pensamos que para conseguir algo grande, tenemos que hacer grandes cosas. Es
justo lo contrario, en lo más pequeño e inmediato está pasando la vida. Lo otro
son fantasías y pensamientos, no realidades.
Quizá hemos puesto todo el acento
en nuestro propio esfuerzo y valía, y no nos hemos dado cuenta que esa preciada
meta, ese paraíso tan deseado ya lo llevamos dentro. Dice Rilke: “Dios espera en donde están las raíces.” No
nos vayamos por las ramas, está en nuestra base, es nuestra misma esencia, la
que nos empuja a buscarlo, más y más. Es en ese lugar donde está el bastón de
mando de nuestras vidas. El camino: vivir en lo esencial y lo sencillo.
Como los grandes descubridores
iban conquistando y descubriendo, así nosotros tenemos la tarea de explorar en
nosotros mismos: buscar lo que perdura, aliarnos con ese eje que nos unifica
con todo y que es a la vez refugio seguro y escudo protector. Anclar nuestra
fragilidad en la certeza de esa protección. “Estar
centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza
interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la
vida…” dice el punto 112 de Gaudete et Exsultate.
Apasionarnos con esta aventura que
tenemos entre manos, alegrarnos por estar aquí. Bendecir el aire que
respiramos. Mimar nuestra divina raíz. De esta manera, iremos por el mejor camino
para hacer algo grande y precioso con nuestras vidas.
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