Cuentan que había dos arroyos que
se encontraron en el río, cada uno contó su experiencia. Uno había llevado
aguas limpias, el otro barro y turbulencias. El río les habló: “Venid, venid,
iremos hacia el corazón de nuestra madre: el mar. En mí olvidaréis vuestros
caminos errantes, hayan sido tristes o alegres.”
No importa cómo hayan sido nuestros
caminos, a todos nos aguarda el mismo horizonte de amor. También podemos ver
que esos dos arroyos no son externos a nosotros, los llevamos dentro:
fluctuamos de un extremo al otro. Construimos el Reino con nuestro día a día, y
en nuestras jornadas hay de todo.
“Cualquier
cosa que te preocupase cuando te levantaste esta mañana, olvídala. Qué
importancia puede tener dentro del gran orden del universo. Haz las paces y
sigue adelante.” Sigamos este
sabio consejo de Ken Robinson. Haz las paces con todo lo que te toca vivir,
carga amablemente con todo ello, lo mejor que puedas, y sigue adelante. Sin
pedir muchas explicaciones, sin atormentarte innecesariamente, ni quedarte
estancado en los problemas. Esto es fácil de decir, pero requiere un aprendizaje
largo y apasionante, que seguramente dura toda la vida.
Pasamos por circunstancias de todo
tipo, fáciles y menos fáciles, son los dos arroyos del relato. Pero vamos
abocados a ese mar inmenso, de armonía perfecta y de amor sin límites. Donde
las batallas quedarán atrás y los más bellos anhelos se cumplirán.
Si estamos atentos, ya escuchamos
el sonido de ese mar en nuestro corazón, ya nos llega su aroma tan especial y
nos acaricia la brisa de su bendición.
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