Hay unas piedras necesarias en la
construcción de nuestro propio edificio, de nuestra vida.
Es imprescindible la bondad. En
nuestra red intrincada de relaciones, si metemos cizaña, todo va al fracaso
total, porque ya nada será auténtico, todo estará deformado por nuestra mente
incordiante.
Ser comprensivos y compasivos lo
necesitamos, para unirnos a todo lo que existe en actitud de servicio, con
delicadeza, no avasallando ni imponiendo. Dejando nuestra razón a un lado para
sembrar la armonía que todo lo ensambla.
La vía del buen humor hace que todo
sea más llevadero, incluso divertido. Decía Tomás Moro: “Dichoso el que sabe reírse de sí mismo, siempre encontrará motivos
para estar contento.”
Nuestros pensamientos, la mente,
nos llevan a donde quieren, nos esclavizan, nos mandan. Somos insignificantes y
frágiles, pero fácilmente nos ponemos exigentes y pedimos explicaciones sobre
el porqué o el paraqué de todo lo que nos sucede. De risa. Escuchemos a los
grandes santos que nos enseñan la más profunda y confiada aceptación de
cualquier cosa que la vida pone en nuestro camino.
Otra piedra es el asombro. Es
increíble el universo, la Tierra, la naturaleza, el cuerpo humano. Es
absolutamente asombroso el amor, la ternura, la entrega, el gozo de darse
gratuitamente, sin exigir nada a cambio. Es alucinante un Dios-Amor, del que
formamos parte. No hay palabras que puedan expresar lo que sentimos.
“Palpo
aquí una presencia latente. No sé lo que es. Pero me brotan lágrimas de
agradecimiento.” (Sagyo).
Esas piedras y otras muchas me
construyen y sacan a la luz esa Presencia, que es la misma plenitud que me
contiene entrañablemente, amorosamente.
1 comentario:
Precioso comentario gracias Conchi
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