domingo, 22 de marzo de 2015

No hay que temer



Hay cuatro leyes de espiritualidad en la India:
1-  La persona que llega es la persona correcta.
2-  Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido.
3-  En cualquier momento que comience es el momento correcto.
4-  Cuando algo termina, termina.
Mucho tenemos que aprender a la luz de esta filosofía, porque nosotros muchas veces querríamos cambiar la persona con la que nos cruzamos, pensamos que podía haber sucedido otra cosa, queremos impedir que comiencen las cosas y más aún que terminen porque nos agarramos a ellas.
Desprendimiento, desapego y decir sí a la vida tal como venga, por todos lados lo escuchamos pero nos cuesta mucho ese cambio de enfoque.
En primer lugar confiar en todo momento en la bondad de lo que nos va llegando, aunque sean cosas aparentemente nocivas, como es quedarse sin empleo, o una enfermedad. Aceptar sin reservas la vida. Alguien, Algo Innombrable, ya se está preocupando por nosotros desde el mismo momento que existimos. ¿Nos lo creemos? Pues de eso trata la confianza. Si nos lo creemos está todo resuelto, podemos empezar a relajarnos y vivir con otra visión, la del que sabe que está en las mejores manos. Y podemos comenzar a disfrutar de verdad.
No iniciaremos la jornada temerosos por si sucede algo negativo porque tendremos presente que hasta lo negativo acaba siendo positivo, o sea, que no hay que temer.
Cuántas veces se repite esta cita evangélica: “No tengáis miedo, solo confiad”. Jesús nos lo dice una y otra vez porque sabe que nos hace falta. Y nos cuenta historias para que confiemos y saquemos la bondad de los corazones.
1Pedro 5,7: “Dejad todas vuestras preocupaciones a Dios, porque él se preocupa de vosotros”.
Juan 8, 29: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo”.
Y cuando dirigimos nuestra confianza solo a él, entonces nos recibe “con abrazos y con besos”, como nos cuenta el relato del hijo pródigo.
Cuando confiamos en que todo está y estará bien, el corazón se nos llena de fiesta y recibimos esos abrazos transformados en oleadas de ternura y alegría.
Tenemos sobre nosotros la promesa del amor infinito que no nos deja abandonados a nuestra suerte sino que se preocupa hasta del último de nuestros cabellos.
Cuando nos abrimos a esa promesa, que ya es un regalo, entramos en nuestro propio paraíso. Y eso es mucho más de lo que podemos imaginar.

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