Hay relaciones humanas
que son un infierno. Todos las hemos visto: una pareja que se trata mal y
siempre busca las palabras necesarias para herirse, alguien que está impedido
para caminar que es tratado a gritos por la persona que lo cuida, un anciano que
ya no tiene memoria rodeado de la poca paciencia de los que están a su lado.
Eso es el infierno.
Visto desde fuera vemos lo poco que costaría ponerse en el lugar del otro y
tratarle de un modo humano y compasivo. Se puede lograr. Es muy fácil de
conseguir, es tratar a los demás exactamente igual que te gustaría que te
trataran a ti. Es la regla de oro de la vida, que ya aparece en los evangelios.
Es la fórmula mágica.
Cuando contemplas esas
situaciones te das cuenta de que ahí falta lo más básico para vivir, que es el
cariño.
Cuando no hay gestos de
ternura sino todo lo contrario, la vida ya no es vida sino un infierno. Es muy
duro vivir esas situaciones, también verlas ocasionalmente a tu alrededor.
La persona humana no
está hecha para esa violencia en el trato, lo que le pide su corazón es amar y
ser amada. Pero tendemos a repetir los esquemas violentos en los que hemos
vivido, es muy fácil llegar a ser maltratador cuando uno ha sido maltratado.
Por eso, desde este
momento pasemos a analizarnos a nosotros mismos para ver las semillas que vamos
dejando a nuestro alrededor. Porque nosotros no podemos cambiar a las personas
violentas pero sí podemos sembrar a nuestro alrededor la ternura y la bondad
que llevamos dentro. Y ese contrapeso de la violencia hace falta en el mundo.
No olvidemos que cuanto
más paz pongo en mi ambiente, más crece la paz del mundo. En nuestras manos
está inclinar la balanza a favor de un mundo pacífico y de unas relaciones
compasivas.
Por eso, prosigamos
nuestro trabajo interior de búsqueda de luz y verdad, no podemos descansar,
tenemos que extirpar de nosotros cualquier brote de desamor, la paz del mundo
depende de nosotros. Así tenemos que tomarlo: como una batalla personal e
ilusionante.
He
preparado mis armas,
he
revuelto en el fondo del paisaje,
he
recogido semillas encendidas,
he
renovado mis ganas,
me
he puesto en marcha.
Tengo
que atravesar toda la tierra
y
ser contrapeso de la violencia,
de
los temores innecesarios,
de
los zarpazos de la ignorancia.
Llevo
en mis manos la carga
de
esencia y luz,
misterio
y magia,
para
colocarla en un extremo de la balanza,
hasta
poder inclinarla
a
favor de la esperanza.
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