Nuestras vidas son de
gran valor, todas y cada una. Y para vivirlas tenemos todas las ayudas de la
energía del universo que está a nuestro servicio.
Esa buena energía hace
que cada mañana nos pongamos a vivir de nuevo, a amar otra vez. Qué triste
sería morirse sin llegar a saber que somos tan privilegiados.
Tenemos la
misión-obligación-alegría de comunicar la noticia del amor que circula a través
nuestro. Es un compromiso que tenemos con nosotros mismos cuando comenzamos a
ser conscientes de la grandeza de todo cuanto nos rodea.
Si para ello hace falta
recibir formación, pues nos apuntamos. Y si tenemos que hacer de pregoneros, lo
hacemos. Y hasta nos podemos dedicar a hacer tonterías si eso hace la vida más
fácil a nuestro alrededor.
Me preguntaron el otro
día qué es para mí la confianza. Respondí que lo es todo. Porque la Biblia me
dice: “Hombre, habla en mi nombre, trabaja para mí”. Donde dice “hombre” cada
cual que ponga su nombre. Yo ya he puesto el mío y siento que esa llamada es
personal.
Yo soy una trabajadora
para los asuntos divinos, como lo somos todos, seamos más o menos conscientes
de ello. Y esos asuntos no son solo los que llamamos espirituales sino
cualquier tipo de actividad o trabajo en el que me embarque. En todo me
acompaña la plenitud infinita, porque hay un proyecto de eternidad para mi
persona. Y porque se me ha dado el don de la confianza sé que todo va a salir
bien porque soy (somos) un árbol plantado a orillas de una gran río de vida, y
de sus aguas me alimento y tomo su fuerza prestada.
Cuanto más quiero saber
menos sé y cuanto menos comprendo más confío.
Esa es la solución
última y definitiva en el enigma de la existencia: confiar. Si de verdad
logramos confiar, aún en los más áridos desiertos de la ignorancia total, brotan
flores y pequeños oasis de paz, donde reponemos fuerzas para continuar el
camino.
Juntemos nuestras manos
y nuestras buenas intenciones para hacer el recorrido más fácil, para tender
puentes entre los seres humanos y dejar sanadoras vibraciones a nuestro
alrededor, en todas las ocasiones.
El primer paso:
enamorarnos del misterio de la vida. El segundo: ponernos a su servicio.
Y en todo momento contemplar, agradecer y disfrutar. Para que
podamos arrancar sonrisas hasta de las piedras.
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