“No
se camina solo para llegar sino para vivir caminando”. (Romano Guardini).
Todos los que han
emprendido una peregrinación para llegar a un sitio, han experimentado que el
mayor aprendizaje está en el camino recorrido, no en la misma llegada.
Es toda una experiencia
el día a día de nuestro único día aquí en la tierra. Aprendemos, sufrimos,
vivimos, mientras estamos caminando.
Cada amanecer es un
interrogante, es un paso más, y comienza un nuevo día en el que apostamos por
la alegría pero no sabemos los acontecimientos que nos esperan, ni las
victorias o derrotas en el terreno de la lucidez sobre lo que nos ocurre.
Siempre se trata de
buscar nuestra armonía interior, esa que también se refleja fuera. Sembrar
buenos momentos, de calma y consciencia, de modo que demos lo mejor de
nosotros.
Necesitamos formación en
cuanto a conocimiento personal, aprender trucos para desconectar de las
tensiones que vienen a buscarnos, esquivar preocupaciones innecesarias,
desactivar bombas explosivas de ira. Lo principal es cómo canalizamos nuestros
sentimientos y emociones, qué hacemos con nosotros mismos.
Es una maravilla ver la
variabilidad de caracteres, cómo nos complementamos unos a otros. Las
diferencias entre nosotros son una riqueza.
En el camino nos
enriquecemos y aprendemos con el compartir de experiencias de nuestros
compañeros de viaje. Pero esto solo lo podemos ver si no nos empeñamos en que
lo nuestro es lo mejor y queremos tener siempre la razón. Si vivimos desde la
humildad.
Como peregrinos somos
seres necesitados, de alimento: nos nutrimos de experiencias, de cuidados: nos
apoyamos en los demás y ellos en nosotros. Nadie puede hacer su camino solo,
eso no existe. Incluso los eremitas solitarios están en contacto íntimo con la
naturaleza y la vida de los seres humanos de este planeta. Todos somos
compañeros de viaje y nos influenciamos unos a otros.
A lo largo del camino
aprendemos agradecimiento y buenas maneras. También se nos fortalece la
compasión, que no significa lástima sino estar con el otro en plano de igualdad,
poniendo pasión en lo que hacemos, compasión también es “con pasión”. Somos
compasivos cuando amamos.
Dice, bellísimamente,
Manuel Rivas, que “en el andar machadiano, el camino se hace al andar, el ego
va perdiendo grasa, quema las toxinas de los dogmas que condicionan la mirada”.
Pues de eso se trata, de
perder egoísmos y relacionarnos desde la mirada limpia de un corazón compasivo
y humano.
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