Vicente Ferrer: “La vida es lo más
espiritual que el hombre puede hacer en esta vida”. No hay una vida espiritual
separada porque todo lo que hacemos o lo que somos es espiritual: somos seres
espirituales básicamente.
Nos empeñamos en forzar dos mundos
enfrentados: materia contra espíritu. Ignorando que nuestros latidos, sangre,
sudor y lágrimas son manifestaciones del espíritu y nuestros anhelos, sueños,
oraciones y lamentos más profundos forman nuestra misma materia humana.
Una vez asimilada nuestra condición de
seres espirituales sobre la tierra, algo cambia en nosotros, se amplía nuestro
horizonte y podemos obtener enseñanzas de todo lo que nos sucede y nos ha
sucedido hasta este momento.
Estamos aquí para vivir aprendiendo, o
aprender viviendo. Y con todo ello, conquistar momentos felices y facilitar la
vida al que está a nuestro lado. De tal modo que nuestra espiritualidad o vida
no quede relegada a momentos especiales sino que dé sentido a todo lo que
tocamos.
Los que hemos sido llamados a la vida
tenemos esa única y extraordinaria misión: vivir y actuar, dejándonos la piel
en el camino, comprometidos, a tope de ganas, energía o espiritualidad. Dice V.
Ferrer que “una buena acción contiene todas las filosofías, todas las ideologías,
todas las religiones”.
A veces nos perdemos en las palabras,
nos enredamos con ellas y nos impiden el paso a la sencillez del vivir. Nos
sobran palabras y teorías.
Espiritual es ayudar al que tenemos a
nuestro lado: “Para mí lo importante no es Dios, sino el enfermo que tengo
delante”, dice Ferrer. También es ayudarnos a nosotros mismos, respetarnos,
tratarnos como recipiente sagrado y gozoso.
Espiritual es la aceptación de lo que
nos va llegando, es mirar al horizonte infinito amoroso que nos sostiene y
sabernos seguros en él, porque nos va a dar lo que más nos conviene.
Espiritualidad es consciencia plena, es
sabiduría básica, es la misma vida que tiene que ver con la bondad. Es vivir en
oración, sabiéndolo o no. Es saborear y disfrutar.
Fuimos concebidos en el corazón divino y
depositados en el vientre materno por el mismo Espíritu que nos acompaña y
alienta y del que somos hijos.
Porque somos seres espirituales podemos
decir con el salmista: “Lo que mi corazón desea es pensar en ti, de todo
corazón suspiro por ti en mi noche, desde lo profundo de mi ser te busco”.
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