Vivimos. Disfrutamos. Sufrimos. Pero,
¿para qué? ¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es la finalidad de nuestra vida?
Cuestionémonos en solitario. Miremos
nuestra fragilidad, nuestro barro, nuestra pequeñez. Miremos también nuestra
grandeza y fuerza, Nuestra autoridad en muchos temas. Los dones están
repartidos y el sol y la lluvia vienen
para todos, buenos y malos, justos e injustos.
Cuando palpamos nuestra debilidad,
empezamos a vislumbrar la fuerza que nos envuelve, y es entonces cuando nos
preparamos para caminar.
La misma vida nos proporciona
momentos de reflexión, a veces a través de una enfermedad o un fracaso.
¿Para qué vivo? ¿Cuál es mi
finalidad? Mejor hacer la pregunta en primera persona del singular. ¿Qué espero
de la vida? ¿Éxito, amor, buenos amigos, buena posición social y laboral?
Es bueno cuestionarse este tema, porque
tan sólo con la pregunta, antes incluso de la respuesta, ya nos elevamos sobre
nuestra materia, ya somos algo más que carne y barro. Y accedemos a ese terreno
propio de los humanos, donde nos sentimos algo dentro de Algo, luz dentro de
Luz, gota dentro de Océano.
Puede ser que haya quien no se ha
hecho esta pregunta, ahora es el momento para hacérsela. También para mí.
Yo vivo para alabar a Dios en mi
persona, en mis seres queridos, en mis ocupaciones, en mis emociones cambiantes,
en cualquier persona que se acerca a mí, en cualquier lugar y tiempo.
Vivo para asombrarme de la perfección
de la creación, de la belleza de todo cuanto existe, de la armonía del universo,
de la bondad que me rodea.
Es verdad que la finalidad última de
mi vida se me escapa, se me oculta a los sentidos, no puedo saberla ahora.
Porque he nacido limitada, medio ciega y medio sorda, inútil, ignorante a lo esencial.
He nacido humana. Y tengo la impresión de que hay alguien que me aconseja desde
mi interior: tranquila, déjate llevar por
lo que acontece, siéntete acogida, saborea la paz de tus entrañas, contagia a
tus hermanos.
Ya lo tengo todo, no deseo más, no
aspiro a otra cosa. El porqué último lo sabré algún día, cuando la Luz se abra
para mí. Mientras tanto me uno a las palabras de Pedro Casaldáliga:
“Al
final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres.”
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