miércoles, 13 de noviembre de 2013

Historia sagrada universal


Cuando cada ser humano sobre la tierra dice: “¡Dios mío!”, algo diferente está diciendo, no hay dos invocaciones iguales, porque cada una está mezclada con el barro y con la sangre de cada uno de nosotros. Nuestra historia particular tiene mucho que decir y nos marca, hasta en las creencias, hasta en los contenidos y las imágenes de nuestra oración.

Nos creemos que en el presente siglo, en el que ya está inventado casi todo, en el que hemos dominado el mundo con la tecnología, también en el terreno de la meditación íntima estamos como nunca anteriormente. Pero no es así, en ese aspecto estamos como los primeros pobladores de la tierra: empezando en cada amanecer. No hay conquistas seguras y definitivas, sí hay lamentos o alegrías íntimas, y gemidos sin palabras y anhelos infinitos.

El desgarro ante la muerte, el miedo a las enfermedades, el dolor de la separación, la inseguridad del mañana, las penurias del presente. Estamos pasando por las mismas emociones que nuestros remotos antepasados, con la diferencia de que nosotros viajamos en avión, y ellos empezaban a inventar la rueda. Pero, por dentro, lo mismo.

Cada uno cuando invoca a su Dios, pone su historia en su plegaria, aunque no sea consciente de ello.

El contexto y las imágenes asociadas al ser divino son aprendidas y son diferentes en cada uno, no así nuestro impulso a caminar y a dirigirnos a alguien, eso nos iguala con los prehistóricos.

“Lo que no puede expresarse en palabras y sin embargo es por lo que las palabras se expresan, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran. Lo que no se puede pensar, lo que no se puede ver ni oír y sin embargo es por lo que el pensamiento piensa, los ojos ven y los oídos oyen. Lo que no se puede respirar con el aliento de vida y sin embargo es por lo que ese aliento respira, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran”. (Kena).

“Si lo comprendes, no es”, algo así decía S. Agustín.

La profundidad del corazón humano es infinita, como inagotable es el agua de la fuente que nos alimenta. Nuestro viaje es una conquista de momentos plenos, de aprendizajes necesarios para facilitarnos un encuentro.

Es un lujo participar en esta historia sagrada universal. Es una gozada que seamos una ventana abierta por la que nos asomamos al infinito amoroso y a través de la cual captamos señales e indicadores necesarios para caminar hacia él.

Captar las señales que se depositan en nuestro interior, que vienen mezcladas con nuestra historia particular, y con lo que sintamos, ir hacia delante. Dar pequeños pasos y confiar.

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