La construcción de
nuestra persona está en marcha, desde que nacemos, y desde que somos
conscientes.
Somos una filigrana,
cielos caminando, estamos hechos de sueños y de ilusiones, atraemos todo lo que
de bueno circula por nuestros espacios. Somos imanes poderosos, energía que
busca cauces de ternura y horizontes de esperanza.
Pero también podemos
atraer cosas malas, adversas, con nuestra actitud pesimista, con nuestras
rabias, enfados, celos, malas intenciones.
Para poder acceder a
nuestra soñada plenitud tenemos que estar alegres, positivos, abiertos. No
podemos ir por la vida eternamente disgustados, quejumbrosos. amargados.
La alegría es una
conquista, la conseguimos a golpe de sonrisas o de carcajadas, a fuerza de
optimismo, a base de buenas caras, con derroche de abrazos y besos.
Todos conocemos
personas, en el trabajo o en el ámbito familiar que no expresan emociones, ni
alegría, ni agrado. Que se pierden la sana espontaneidad de un encuentro gozoso
con los demás.
Para conseguir este
encuentro hay que decir opiniones positivas, alabanzas: “me ha gustado este
discurso, esta comida, este gesto”. Verbalizar en voz alta lo que sentimos,
para que se nos oiga, porque la gente no nos va a adivinar lo que nos pasa por
dentro si no lo expresamos. Si te gusta, dilo. Tan sencillo como eso.
Yo he estado muchas
veces comiendo con gente que no expresa su agrado por lo que come. Partiendo de
que la inmensa mayoría de las veces comer es un placer, estar delante de
manjares deliciosos y no decir ni una palabra, ahí falla algo, precisamente la
expresión natural de nuestro contento.
Esa misma expresión
de alegría ante una comida la podemos trasladar a un paisaje, un trabajo bien
hecho, un buen examen, una estancia limpia y ordenada.
Todo esto se puede expresar
en dos palabras: ser agradecidos.
Agradecidos con la
persona que hace la limpieza de la casa, sea la propia mujer, o el marido, o
cualquier otra persona. Es un trabajo que se agradece muy poco y es
completamente necesario para la paz y la armonía del hogar. No se vive igual en
una casa limpia que en una pocilga.
Expresar alabanzas
hacia esa persona que se pasa horas poniendo las cosas en su sitio, para que
luego vengan los hijos o los nietos a ponerlo todo patas arriba otra vez.
Esto es un ejemplo
que se puede hacer extensible a cualquier ámbito de trabajo. Hay que agradecer
en voz alta lo que otros hacen. Esta es una regla básica, imprescindible. No
bloquear nuestras expresiones de afecto, de gratitud. No ser corazones
insensibles.
Que nuestro motor
principal sea el amor y todas sus maravillosas manifestaciones. Y que siempre seamos
capaces de expresarlo con palabras y gestos.
1 comentario:
¡Me gusta!
TE QUIERO MAMÁ
Publicar un comentario