Mi única batalla es
la del amor. Levantarme por las mañanas para sembrar paz, para perdonar y pedir
perdón hasta el infinito, para decir sí a lo que la vida ha preparado para mí,
y consolar al que se desespera, tender la mano al que lo necesita, y reflejar
la bondad que llega a mí con el aire que respiro.
Para ello,
conscientemente me despojo de autosuficiencias y recelos, de envidias y halagos
engañosos. Me desnudo de ansias y prisas, de paraísos falsos y dioses a mi
medida. Me desvisto de la ignorancia acumulada y hago caso a mi corazón
enamorado y nuevo.
Y pongo mis talentos
al servicio de la vida. Esto quiere decir al servicio del que tengo al lado, porque
la vida no se da en abstracto, se concreta en personas, voluntades, caras,
casualidades y encuentros pasajeros.
Seguramente se llega
a la plenitud de la vida cuando se asienta en el corazón el servicio como meta
y como camino. Y cuando se experimenta alegría al practicarlo. Nunca como
obligación. Porque es un privilegio, un honor.
Si vivimos en
plenitud ya nos ha tocado la lotería. Si no es así, también nos ha tocado la
lotería pero no nos hemos enterado.
Los sufrimientos que
nos rodean quieren hacernos creer que esto es un valle de lágrimas. Pero en mí
resuenan las palabras: “He venido para que tengáis alegría y que vuestra
alegría sea completa”. Yo me creo este mensaje. Y siempre intento poner en un
lugar secundario aquello que me quiere impedir mi alegría interior.
Existen problemas
reales, lo sé, pero no me tienen que quitar la dicha de vivir.
También es verdad que
la mayoría del sufrimiento de la gente es innecesario, es decir, que sufrimos
porque queremos, porque nos imaginamos cosas que podrían pasar y eso nos amarga
el momento. Ese momento que es único, irrepetible, infinito, gozoso.
Decir Espíritu Santo no
me dice tanto como decir mi Espíritu amigo, que es lo mismo. Me inspira ternura
porque lo veo siempre ocupado en mi persona, no me deja vivir dormida, quiere
que despierte y entre en el cielo, que es ese lugar que llevo en lo hondo,
donde están mis muertos queridos, y donde habita mi anhelo, que es un invento
de mi buen Espíritu para que yo me sienta en conexión con él y participe de la
sinfonía del universo, de su bondad arrolladora y de su belleza increíble.
¿Y qué es lo único
que se me pide para formar parte, conscientemente, de este divino plan?
Mantener mi corazón
limpio, es decir, alejado de todo lo que impide el amor. Esa es mi batalla.
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