miércoles, 25 de septiembre de 2013

Una fuerza que sana


La gente trataba de tocarlo porque “salía de él una fuerza que sanaba”, “salía de él una fuerza que los curaba a todos”, “los sanaba a todos con el poder que de él salía”. Son tres maneras de decirlo, tres traducciones.

Ese Jesús al que todos querían tocar entonces, lo llevamos dentro ahora, incorporado, y su presencia sigue sanando. ¿Nos hemos enterado bien? Si continuamente hacemos recuento de nuestros males es que no nos hemos acabado de enterar.

Conozco mucha gente, demasiada, que siempre habla de sus problemas del tipo que sean, salud, trabajo, familiares y demás.

Hablar de problemas atrae problemas, hablar de alegrías atrae dicha.

Nuestro amigo Jesús se ha quedado en nuestro corazón y eso es una buena noticia. Lo podemos tocar más profundamente que los que en su tiempo buscaban tocarlo superficialmente por las calles. O mejor, nos podemos dejar tocar por él. Nosotros podemos olvidarnos de nuestro huésped, él jamás se olvida de nosotros.

Su fuerza la tenemos a mano si nos lo creemos, si estamos convencidos, no cuando dudamos. Si nos dejamos guiar por su mirada amorosa, si nos sentimos receptores de su generosidad.

De las cosas negativas hablemos lo justo pero no más, porque las estamos potenciando si hacemos mucho hincapié en ellas y las resaltamos continuamente.

Esa misma fuerza que nos sana la podemos comunicar a los demás, con nuestra vida. Nosotros también somos sanadores. Hay un poder que poseemos y sale de nosotros si estamos centrados en él. Si estamos atentos y no nos olvidamos de lo esencial.

No nos sientan bien los disgustos y las situaciones conflictivas, tenemos un impulso natural que nos lleva hacia lo que necesitamos, que es la calma.

La armonía ejerce una atracción sobre nosotros, quiere ser nuestra tierra abonada y fértil, desde la que tengamos acceso al conocimiento interno, o lo que es lo mismo: a la experiencia de Dios.

Esa fuerza sanadora que está en nosotros es bien real, la podemos experimentar cuando estamos tranquilos y conectamos con nuestra fuente interior, cuyas aguas son alegres y compasivas.

Esa alegría y compasión que aportamos al mundo es el antídoto perfecto y necesario para todos los problemas que nos rodean y nos inquietan pero que no tienen poder si nosotros no queremos.

La Vida es perfección en todo tiempo, aquí, en el pasado, por siempre. Participamos de ella y trasportamos su poder curativo.

Poseemos una fuerza infinita, un poder inmenso, aceptémoslo con humildad. Comuniquémoslo.

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