700 años después de haber sido
quemada en la hoguera, Marguerite Porète llama a las puertas de mi conocimiento
y de mi corazón para dejarme su testimonio. Yo ya la conocía, hoy quiero
prestar atención a su mensaje.
Ella decía que hay que desprenderse
de todas las cosas, voluntad, pensamiento, deseo, para vivir en una pura
presencia de Dios en la que el alma se hace una con él. “Pensar no me sirve, ni el obrar ni la elocuencia. Amor me ha elevado
tan alto que no tengo ningún deseo”. “Él es y yo no soy. Él está lleno y de
esto estoy llena”.
No muchos de los grandes santos y
santas han tenido que pasar por ese final tan terrible. Hoy me llegan esas
pinceladas de su vida y de su obra, y me conmueven. ¿Nos imaginamos a cualquier
persona extraordinaria de las que hemos conocido que tenga que padecer este
final de sufrimiento en la hoguera tan solo por sus creencias?
Su vida es un mensaje a gritos,
para los que la conocieron y para nosotros, tantos siglos después. Fue
condenada a la hoguera por haber mantenido su posición sin retractarse ante los
tribunales que la juzgaban.
Dicho de otra manera más
sencilla: estaba enamorada, y no consiguieron que renunciase a ese amor más
grande que ella. No pudieron hacerla callar.
Eso ocurrió en 1310, ¿qué pasa
hoy con nosotros, en 2013? ¿Estamos enamorados de alguien, de algo, de la misma
vida? ¿Nos apasiona estar aquí? ¿Pensamos en quien nos ha creado? ¿Somos
capaces de dar testimonio con nuestra convicción, con nuestra firmeza?
Es un ejemplo. Hoy en día también
hay millares de testimonios en todo el mundo, que nos muestran la hondura de su
fe, y que son perseguidos y asesinados. No ha cambiado tanto la cosa, aunque
hayan pasado siglos.
Si estamos convencidos, es decir
plenamente enamorados, tenemos una fuerza que no es nuestra, eso es un don.
También es una coraza contra malos presagios, porque se basa en una confianza
sin límites.
Vivir y morir por lo que uno
cree, no doblegarnos ante las conveniencias, ser firmes enamorados y comunicar
alegría. Para este plan no valen las caras de enfado.
Otro testimonio impresionante es
el obispo Nguyen van Thuan, que estuvo encarcelado e incomunicado durante
muchos años, en Vietnam. Dice: “Desde
aquel momento está prohibido llamarme “obispo, padre” Soy el Señor Van Thuan.
No puedo llevar ningún signo de mi dignidad. Dios me pide que vuelva a lo
esencial. En el shock de esta nueva situación, cara a cara con Dios, siento que
Jesús me dirige la pregunta: Simón, ¿quién dices que soy yo?”
Posteriormente, ya en libertad,
fue nombrado cardenal y dio unos ejercicios espirituales al papa Juan Pablo II.
El resumen de estos ejercicios está en su libro “Testigos de esperanza” Él
dice: “Sufrir es duro, pesado, pero es
mayor el consuelo divino”.
He entresacado estos testimonios
entre tantos otros porque me impresionan y me animan en mi camino de fe.
1 comentario:
Gracias por compartir estos testimonios de fe. Hacen que vea una realidad que muchas veces no nos llega por la cantidad de ruido que tenemos alrededor.
Te quiero mamá.
Publicar un comentario