Cuentan que un monje se dirigió a
su abad y le dijo: “Padre, me he hecho una pequeña regla según mis fuerzas: un
pequeño ayuno, una pequeña oración, una pequeña meditación y un pequeño
descanso, y me aplico en liberarme de mis pensamientos, ¿qué más debo hacer?”
Entonces el abad se puso de pie, levantó sus manos al cielo y sus dedos se
convirtieron en diez lámparas de fuego. Y le dijo: “Si quieres, puedes
convertirte completamente en fuego”.
Ahora vendría un espacio de
profundo silencio para que cada uno encuentre el eco de estas palabras en su
enamorado corazón.
Porque es verdad que organizamos
pequeñas meditaciones, breves momentos de atención a nuestro interior, mínimas
reflexiones a lo que significa nuestra vida, minúsculos regalos de nuestro
tiempo, leves esfuerzos en torno a este tema.
Y también nosotros nos
planteamos: “¿qué más debo hacer?”.
A través de los siglos, y de
espacios infinitos, hoy nos llega esta respuesta: “Si quieres, puedes ser
fuego”.
Es un cambio significativo. Todas
nuestras pequeñas acciones quedan en nada ante el significado del fuego. Puedo
ser fuego, si quiero.
Aunque no podría explicarlo con
detalle lo que esto significa, me atrae esa posibilidad, la imagen de ser fuego
me toca el corazón.
¿Quién se quedaría en un beso
pudiendo aspirar al acto completo del amor? ¿O se conformaría con una caricia
pudiendo penetrar en la naturaleza del amado?
De eso se trata, de sabernos
inmersos ya en un plan divino. Entonces no hace falta que le dediquemos
pequeños horarios, sino que todo lo que hacemos, consciente o
inconscientemente, todo lo que programamos, lo que anhelamos o sentimos está en
él. Nuestras acciones y obligaciones, enfermedades y sufrimientos, y todos
nuestros latidos, están dentro de él.
Eso es ser fuego, saber que no
hay nada al margen de su voluntad, y que su voluntad es amor.
El fuego es esa buena energía en
la que existimos y nos movemos, y si se nos abren los ojos para ver esto, la misma
luz que nos alimenta se refleja en todo lo que somos y hacemos, y nos transformamos
en una chispa de la llama divina, y habitamos el cielo.
En una palabra, el fuego es el
amor en el que estamos inmersos. Saberse dentro de él, es enamorarnos de lo que
la vida nos va dando, y es aprender a ser generosos para compartir ese mismo
amor, sin horarios, sin límites, a lo grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario