domingo, 1 de septiembre de 2013

Puedes ser fuego


Cuentan que un monje se dirigió a su abad y le dijo: “Padre, me he hecho una pequeña regla según mis fuerzas: un pequeño ayuno, una pequeña oración, una pequeña meditación y un pequeño descanso, y me aplico en liberarme de mis pensamientos, ¿qué más debo hacer?” Entonces el abad se puso de pie, levantó sus manos al cielo y sus dedos se convirtieron en diez lámparas de fuego. Y le dijo: “Si quieres, puedes convertirte completamente en fuego”.

Ahora vendría un espacio de profundo silencio para que cada uno encuentre el eco de estas palabras en su enamorado corazón.

Porque es verdad que organizamos pequeñas meditaciones, breves momentos de atención a nuestro interior, mínimas reflexiones a lo que significa nuestra vida, minúsculos regalos de nuestro tiempo, leves esfuerzos en torno a este tema.

Y también nosotros nos planteamos: “¿qué más debo hacer?”.

A través de los siglos, y de espacios infinitos, hoy nos llega esta respuesta: “Si quieres, puedes ser fuego”.

Es un cambio significativo. Todas nuestras pequeñas acciones quedan en nada ante el significado del fuego. Puedo ser fuego, si quiero.

Aunque no podría explicarlo con detalle lo que esto significa, me atrae esa posibilidad, la imagen de ser fuego me toca el corazón.

¿Quién se quedaría en un beso pudiendo aspirar al acto completo del amor? ¿O se conformaría con una caricia pudiendo penetrar en la naturaleza del amado?

De eso se trata, de sabernos inmersos ya en un plan divino. Entonces no hace falta que le dediquemos pequeños horarios, sino que todo lo que hacemos, consciente o inconscientemente, todo lo que programamos, lo que anhelamos o sentimos está en él. Nuestras acciones y obligaciones, enfermedades y sufrimientos, y todos nuestros latidos, están dentro de él.

Eso es ser fuego, saber que no hay nada al margen de su voluntad, y que su voluntad es amor.

El fuego es esa buena energía en la que existimos y nos movemos, y si se nos abren los ojos para ver esto, la misma luz que nos alimenta se refleja en todo lo que somos y hacemos, y nos transformamos en una chispa de la llama divina, y habitamos el cielo.

En una palabra, el fuego es el amor en el que estamos inmersos. Saberse dentro de él, es enamorarnos de lo que la vida nos va dando, y es aprender a ser generosos para compartir ese mismo amor, sin horarios, sin límites, a lo grande.

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