Transmitimos a los demás semillas
cargadas de sentido, aunque seamos ignorantes de ello. Dice J. P. Jossua: “Leí un libro en el que el autor se dirigía
a Dios como cercano, con una convicción total, ardiente, y con una nobleza de
estilo literario que conmovía. Ante ese espectáculo, sentí un estremecimiento
íntimo tal que me encontré metido en el mismo movimiento de oración que
realizaba el texto”.
Me sucedió hace bastantes años
que conocí a una persona, era una monja, que me revolucionó con su fe
entusiasta, era como si tuviera hilo directo e íntimo con Aquel que hasta
entonces me había parecido tan lejano. Ella me lo hizo ver de otra manera. Ahí
quedó la semilla.
Yo hasta entonces no sabía que
existía esa manera coloquial y alegre de dirigirse a él. Era una verdadera y
apasionada relación de amistad. Con tal hondura y entusiasmo puede ser que no
lo haya vuelto a ver, pero ese único testimonio me sirve para saber que eso es
posible. No es invención mía. Aquello era real, yo lo vi con mis propios ojos y
me dejó profunda huella. Y a lo largo de mi vida yo he deseado eso para mí.
La fe suscita la fe.
Otros suscitan la mía, yo la de
otros. Es una rueda.
En todo suele suceder así. Vemos
muy a menudo cómo se repiten patrones de conducta. Y cuando había determinados
comportamientos en una generación sigue habiéndolos en la siguiente. Conozco
casos que han sido maltratados y ellos a su vez maltratan. Lo que han aprendido
lo transmiten. Aunque, por supuesto, también puede haber transformaciones y cambios
de rol.
Pongamos sumo cuidado en las
semillas que vamos sembrando, porque ellas van a ser portadoras de unión y de
bendiciones, o de todo lo contrario.
Nuestros gestos nunca quedan en
el vacío, ni caen en saco roto, vivimos totalmente en relación. Puede ser que
nosotros nunca veamos los resultados de lo que hemos sembrado pero están ahí y
producen su fruto tarde o temprano.
He leído que los átomos que
componen todos los seres vivos, todos los objetos, y hasta el aire que
respiramos, nunca pueden destruirse. De la misma manera, los gestos de amor perduran
por siempre, no caducan, no se pierden. Felizmente, permanecen.
Vayamos sembrando lo mejorcito
que tengamos en el corazón, vale la pena dejar la tierra sembrada de
generosidad, optimismo y buenas intenciones. A otros les llegará nuestra buena semilla
igual que nosotros hemos recibido las que necesitábamos.
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