miércoles, 4 de septiembre de 2013

La fe suscita la fe


Transmitimos a los demás semillas cargadas de sentido, aunque seamos ignorantes de ello. Dice J. P. Jossua: “Leí un libro en el que el autor se dirigía a Dios como cercano, con una convicción total, ardiente, y con una nobleza de estilo literario que conmovía. Ante ese espectáculo, sentí un estremecimiento íntimo tal que me encontré metido en el mismo movimiento de oración que realizaba el texto”.

Me sucedió hace bastantes años que conocí a una persona, era una monja, que me revolucionó con su fe entusiasta, era como si tuviera hilo directo e íntimo con Aquel que hasta entonces me había parecido tan lejano. Ella me lo hizo ver de otra manera. Ahí quedó la semilla.

Yo hasta entonces no sabía que existía esa manera coloquial y alegre de dirigirse a él. Era una verdadera y apasionada relación de amistad. Con tal hondura y entusiasmo puede ser que no lo haya vuelto a ver, pero ese único testimonio me sirve para saber que eso es posible. No es invención mía. Aquello era real, yo lo vi con mis propios ojos y me dejó profunda huella. Y a lo largo de mi vida yo he deseado eso para mí.

La fe suscita la fe.

Otros suscitan la mía, yo la de otros. Es una rueda.

En todo suele suceder así. Vemos muy a menudo cómo se repiten patrones de conducta. Y cuando había determinados comportamientos en una generación sigue habiéndolos en la siguiente. Conozco casos que han sido maltratados y ellos a su vez maltratan. Lo que han aprendido lo transmiten. Aunque, por supuesto, también puede haber transformaciones y cambios de rol.

Pongamos sumo cuidado en las semillas que vamos sembrando, porque ellas van a ser portadoras de unión y de bendiciones, o de todo lo contrario.

Nuestros gestos nunca quedan en el vacío, ni caen en saco roto, vivimos totalmente en relación. Puede ser que nosotros nunca veamos los resultados de lo que hemos sembrado pero están ahí y producen su fruto tarde o temprano.

He leído que los átomos que componen todos los seres vivos, todos los objetos, y hasta el aire que respiramos, nunca pueden destruirse. De la misma manera, los gestos de amor perduran por siempre, no caducan, no se pierden. Felizmente, permanecen.

Vayamos sembrando lo mejorcito que tengamos en el corazón, vale la pena dejar la tierra sembrada de generosidad, optimismo y buenas intenciones. A otros les llegará nuestra buena semilla igual que nosotros hemos recibido las que necesitábamos.

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