La llave para vivir, para acceder a las
dificultades que se nos van presentando es tener una actitud confiada. No somos
hormiguitas actuando solas, sino que hay un espíritu bondadoso que nos cuida y
nos lleva a buen puerto, queramos o no, porque su generosidad es infinita,
porque nos ha hecho con su amor poderoso.
Esto es difícil de ver si no se te ha regalado
la fe. Por eso que nadie intente convencer a nadie, llevarle a su terreno, solo
podemos convencer con nuestra vida, y pedir fe para todos.
Cuando alguien apunta con el dedo
señalando algo que nos conviene no miramos la dirección hacia donde apunta sino
a la persona que nos lo dice, si nos convence su manera de ser, es decir si nos
fiamos de él, le haremos caso, de lo contrario, no.
Lo importante no es lo que decimos sino
cómo somos.
Todas las veces que manifestamos
preocupación, angustia, temor, estamos mostrando desconfianza.
Cuando los discípulos remaban con
dificultad porque tenían el viento en contra, Jesús caminando sobre las aguas
de tormenta, y en medio de la tempestad se les acercó y les dijo que no
tuviesen miedo. Y cuando subió a la barca con ellos, se calmó el viento.
Es un ejemplo muy bello y muy claro de
lo que nos sucede. Esa tempestad de problemas y preocupaciones en que a veces se
convierte nuestra vida, se calma cuando aceptamos a ese Amigo que ya vive con
nosotros y quiere que seamos conscientes de su presencia. Si le aceptamos
plenamente nos cambia la vida, introducimos esa actitud confiada y eso nos
salva de la ignorancia.
Ignorar es pensar que somos seres
aislados y abandonados a nuestra suerte. Es estar separados de la grandeza de
la que formamos parte.
Algo se nos revela cuando escuchamos lo
que tienen que decirnos las cosas, las personas y todo cuanto nos sucede.
Dejemos nuestras aguas interiores en
calma para obtener una mirada limpia y un corazón sano con el que poder ver y
escuchar al que viene a ayudarnos.
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