Ha caído en mis manos un librito
de Leonardo Boff titulado “Los sacramentos de la vida”, editado por los años
80.
Me ha encantado porque me ha
enseñado de forma sencilla y fácil lo que son sacramentos.
Empieza por decir que el mundo es
sacramento de Dios porque todo es vehículo de su gracia.
Lo cotidiano está lleno de
sacramentos: los objetos, la casa, la mesa donde trabajamos, el vaso que
siempre preferimos para beber, los recuerdos de los seres que ya marcharon ¡y
los que permanecen a nuestro lado!
Hay un punto en que las cosas
dejan de ser cosas, y empiezan a interactuar con nosotros. Él habla del
sacramento del vaso, de la casa, de la vela, de la historia de la vida, de la
colilla de cigarro (que fue la última que fumó su padre). Aterriza en el
corazón de las cosas corrientes, que es donde suceden las señales que son
indicadoras del camino.
Yo tengo un lugar sacramental
especial, es la habitación repleta de libros, con una mesa grande de madera,
con el ordenador donde escribo, es el sitio en el que leo, busco, escucho, libro
mis batallas más íntimas, y me uno a la oración del universo. Es mi lugar
preferido, que lo tomé prestado de mi marido cuando él murió, donde pongo fotos
y enciendo velas, es un lugar sagrado donde él se encontró con el misterio de
su vida y donde dejó retazos de esperanzas que se entremezclan con las mías. Es
un espacio cargado de buena energía, de búsqueda humana, de oraciones y humilde
entrega.
Y donde siento la bendición
divina, porque ahí es donde me dicta al corazón lo que escribo.
Estas paredes, estas estanterías
con libros, esta mesa y sillas me ven todos los días buscar, con ilusión y
entusiasmo, el sentido del sacramento de la existencia. Y me ayudan. Han dejado
de ser cosas, y me hablan. Son sacramentos. Significan Dios en mi historia. Donde
se experimentan las cosas más sencillas, allí se experimenta a Dios.
El pensamiento sacramental hace
que los caminos que andamos, las montañas que vemos, los ríos y paisajes
cercanos, las personas que crean nuestra convivencia, no sean simplemente
personas, casas, ríos, montañas y caminos como otros del mundo entero. Son
únicos e inigualables. Son una parte de nosotros mismos.
Dice L. Boff que la casa paterna
es más que un edificio de piedras, es la porción del mundo que se ha vuelto
sacramental, humana, donde cada cosa tiene su lugar y su sentido, donde no hay
nada extraño, donde todo es exactamente familiar.
“El sacramento abarca todo en la
medida en que se abre el corazón”.
Tenemos a mano infinidad de
sacramentos, de signos que nos hacen la vida más fácil y nos tocan el corazón.
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