“En lo que pienses a eso te diriges. Haz de mí tu pasión dominante. Con tu mente fija en mí, sin duda alguna vendrás a mí”.
Hay que ser un poco obsesivos para conseguir las cosas. Como el niño que pide y no se cansa de pedir un objeto a sus padres.
Cuando ponemos pasión y ganas en lo que hacemos, cuando insistimos una y otra vez, cuando se nos enciende el corazón tan solo con el deseo, sabemos que ese es el camino. Porque llegar a la meta casi resulta secundario, en cambio es esencial saborear o entusiasmarse con cada detalle del viaje.
Seamos como niños que piden un regalo, que insisten y lloran y patalean. Al final, aunque solo sea porque dejen de molestar, lo consiguen, de eso habla un pasaje del evangelio.
¿Qué no hará nuestro Padre, presencia íntima, si uno le pide noche y día: “dame fe, dame humidad, dame paz”?
Hay que pedir con confianza ciega en que seremos escuchados, no con desconfianza: “pido pero ya veremos si se me concede”. No pongamos distancia entre nosotros y él/ella, a quien pedimos. No está fuera para conceder, sino que nosotros con nuestra misma fuerza estamos atrayendo aquello que pedimos. “En lo que pienses a eso te diriges”. Porque los milagros ocurren por nuestra misma acción.
Dice en Mt 13, 58 “No hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe”. Ocurre que todo necesita un abono adecuado. Ves los milagros cuando pones tu fe y tu vista en ellos. Ante el extraordinario milagro de la vida, hay quienes reaccionan con indiferencia, como si no hubiera ocurrido nada.
La fuerza vive en nosotros, esa es la gran verdad desconocida, la que ignoramos o no nos acabamos de creer porque somos tan frágiles, tenemos tantos problemas, enfermedades, debilidades, somos tan poca cosa, tenemos tantos cambios de humor, por momentos nos comemos el mundo y al rato nos sentimos una piltrafa con piernas.
Pero no tenemos que olvidar que nuestra vida es la Vida, la única que existe, la que crea y ama, la que no puede morir porque es eterna, la que llena los corazones de alegría y de paz.
Hay que saber ver por entre la maleza, entre las fatigas cotidianas y los disgustillos que quieren hacerse los amos. Hay que distinguir lo que nos sorprende y da a nuestra vida ese toque necesario que nos ilusiona y nos levanta por las mañanas para emprender una tarea infinita.
Se trata de creer en nosotros mismos, así se activan nuestros poderes, y de mirar qué es lo que queremos conseguir, dónde ponemos nuestros anhelos, cuál es el amor verdadero de nuestra vida. Y apasionarnos.
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