Sal
142: “Por la mañana hazme saber tu amor.
Hazme saber cuál debe ser mi conducta, porque a ti dirijo mis anhelos. Enséñame
a hacer tu voluntad”.
No sé
si existe en el mundo una persona con un recipiente similar al mío, no veo
nunca a los demás por dentro. A veces sí me da curiosidad, ¿sentirán los otros
lo mismo que yo? ¿Alguien más estará a estas horas de la madrugada buscando el
sentido de su vida?
Y
cuando me encuentro con alguien que habla el mismo idioma espiritual, lenguaje
del alma, que yo, pues me da alegría de no estar sola en estos terrenos en los
que me muevo.
El
camino íntimo de cada uno es personal, y también solitario, se trata de vivir
una relación de amistad entre mi yo y el Yo. Esto es solo una manera de
expresarlo. Por eso, porque no estamos seguros,
buscamos el apoyo de otras personas que pasen por lo mismo, nos gusta
sentirnos en compañía en todos los ámbitos.
Cada
uno de un modo más o menos consciente busca donde agarrarse, quiere ampararse
en seguridades.
Pero
nadie puede vivir por otro y cada uno vive su propia muerte.
Este
terreno espiritual es el de la mayor inseguridad y a la vez la mayor fortaleza.
Dice un texto antiguo algo así como: “Si ves que es Dios, es que no lo es”. Es
decir, deja todas las seguridades, todas las certezas, todos los anclajes, y
lánzate al abismo del no saber. Ese sitio donde solo estás tú con el misterio
de tu vida y te sientes amado.
Donde
nadie te dice a ciencia cierta: esto es así. Donde manda tu corazón enamorado.
Y tus ganas de adorar, bendecir, y dejarte guiar por la voluntad que se
manifiesta en lo todo lo que va sucediendo.
Tenemos
muchas cosas por experimentar, no menos importantes que el brotar de la pequeña
hierba o la brisa en nuestra piel, que el grito de angustia o el gesto de paz,
o el océano de lágrimas en el que a veces nos sumergimos.
Tenemos
mucho por sentir y también tenemos muchas palabras por callar, mucho torrente
de frases inútiles. Y todo, lo que nos sirve y lo que no, es nuestro y es
importante. Todo nos forma como lo que somos. Y tal como somos, hemos sido
aceptados.
Es
importante todo lo que nos sucede, incluso lo más insignificante porque en todo
hay un misterio de amor, porque “ni un cabello se mueve sin su consentimiento”
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