Ser estaciones de servicio de amor ambulantes, expendedores de misericordia para todos los que lo necesitan.
Solo nos hace falta creer en el poder del amor, en su efecto inmediato y milagroso. Si creemos en él, le abrimos paso, si le ignoramos, no disfrutamos de sus efectos.
La gente necesita amabilidad, compasión, buenos modales, hasta los que parecen más severos tienen un corazón de niño. Hace pocas semanas participé en un curso con personas adultas y serias, cuando se organizaron juegos para nosotros, la mayoría reaccionó como auténticos niños, empujándose, riéndose y disfrutando. La seriedad era una fachada.
Hay que sacar lo mejor de nuestro interior, y eso hará que brote lo mejor de los demás.
Somos afortunados cuando sentimos sobre nuestros hombros la humana carga de administrar y de recibir amor, de perdonar, de envolver con ternura todas nuestras situaciones. Con otras palabras: “Dios me ha concedido el privilegio de ser su apóstol” (Ro 1, 5).
Solo yo decido sobre mi vida, por lo tanto a las ofensas puedo responder con sonrisas y bondad. Lo externo no tiene que mandar sobre mi comportamiento.
“Explica el periodista Sidney Harris que, en una ocasión, acompañó a un amigo suyo a comprar el periódico. Su amigo saludó amablemente al vendedor. Este respondió con modales bruscos y desconsiderados y le tiró el periódico de mala manera. Su amigo, sonriente y tranquilo deseó al quiosquero que pasase un buen fin de semana. Al continuar su camino, Sidney le dijo:
- Oye… ¿este hombre siempre te trata así?
- Sí, por desgracia.
- Y tú, ¿siempre te muestras con él tan educado y amable?
- Sí, así es.
- Y ¿me quieres decir por qué tú eres tan amable con él, cuando él es tan antipático contigo?
- Es bien fácil. Porque yo no quiero que sea él quien decida cómo me he de comportar yo.”
Es extraordinariamente minúscula mi participación en la creación, y a la vez es absolutamente trascendental, porque la semilla sagrada se aloja entre mis repliegues más hondos y me concede la libertad, a la vez que me impulsa a alabar y agradecer al Ser Absoluto en el que me muevo.
Me gusta la imagen de ser expendedores de buenas nuevas, nunca de cosas desagradables o de malas caras. Que cuando cualquier persona pase por nuestro lado encuentre la comprensión y la palabra de ánimo que le hace falta.
Todos necesitamos grandes dosis de afecto para madurar y crecer.
Todos podemos ser bálsamo y caricia para los demás. Esa es nuestra aportación al engranaje de la creación, ese es el único sentido de estar aquí.
Solo nos hace falta creer en el poder del amor, en su efecto inmediato y milagroso. Si creemos en él, le abrimos paso, si le ignoramos, no disfrutamos de sus efectos.
La gente necesita amabilidad, compasión, buenos modales, hasta los que parecen más severos tienen un corazón de niño. Hace pocas semanas participé en un curso con personas adultas y serias, cuando se organizaron juegos para nosotros, la mayoría reaccionó como auténticos niños, empujándose, riéndose y disfrutando. La seriedad era una fachada.
Hay que sacar lo mejor de nuestro interior, y eso hará que brote lo mejor de los demás.
Somos afortunados cuando sentimos sobre nuestros hombros la humana carga de administrar y de recibir amor, de perdonar, de envolver con ternura todas nuestras situaciones. Con otras palabras: “Dios me ha concedido el privilegio de ser su apóstol” (Ro 1, 5).
Solo yo decido sobre mi vida, por lo tanto a las ofensas puedo responder con sonrisas y bondad. Lo externo no tiene que mandar sobre mi comportamiento.
“Explica el periodista Sidney Harris que, en una ocasión, acompañó a un amigo suyo a comprar el periódico. Su amigo saludó amablemente al vendedor. Este respondió con modales bruscos y desconsiderados y le tiró el periódico de mala manera. Su amigo, sonriente y tranquilo deseó al quiosquero que pasase un buen fin de semana. Al continuar su camino, Sidney le dijo:
- Oye… ¿este hombre siempre te trata así?
- Sí, por desgracia.
- Y tú, ¿siempre te muestras con él tan educado y amable?
- Sí, así es.
- Y ¿me quieres decir por qué tú eres tan amable con él, cuando él es tan antipático contigo?
- Es bien fácil. Porque yo no quiero que sea él quien decida cómo me he de comportar yo.”
Es extraordinariamente minúscula mi participación en la creación, y a la vez es absolutamente trascendental, porque la semilla sagrada se aloja entre mis repliegues más hondos y me concede la libertad, a la vez que me impulsa a alabar y agradecer al Ser Absoluto en el que me muevo.
Me gusta la imagen de ser expendedores de buenas nuevas, nunca de cosas desagradables o de malas caras. Que cuando cualquier persona pase por nuestro lado encuentre la comprensión y la palabra de ánimo que le hace falta.
Todos necesitamos grandes dosis de afecto para madurar y crecer.
Todos podemos ser bálsamo y caricia para los demás. Esa es nuestra aportación al engranaje de la creación, ese es el único sentido de estar aquí.
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