No le damos importancia a la armonía, a los
pequeños detalles, a los gestos de acercamiento y de bondad. No nos fijamos en
lo que une, en la brisa que nos acaricia la piel, en el agua que nos refresca, en el placer de estar en calma,
en el gozo de adentrarnos en una mirada.
Esperamos grandes acontecimientos, que
siempre llegarán en un “después”. Algo que está “en el futuro” es
nuestra meta. “Luego” sucederá lo mejor para mi persona o para los míos.
Cuánto nos cuesta centrarnos en el ahora, que ya es eternidad.
En el mágico encuentro con nuestro ahora,
lo primero que aprendemos es a sentir la vida, apreciar sus detalles, su fuerza
y debilidad a un tiempo. Sentirnos energía dentro de un océano increíble, de
imposible comprensión para nosotros. ¿Y quién ha dicho que lo tenemos que
entender todo? ¿Por qué creernos dueños y señores de lo creado?
Solo tenemos un espacio por explorar, paso
a paso, emoción a emoción, sufrimiento a sufrimiento: es nuestro universo
íntimo, más insondable que el espacio exterior que ven nuestros ojos.
Hay una poesía preciosa de la premio Nobel
de Literatura Wislawa Szymborska, que se llama “Un encanto”, la expreso con mis
palabras: apenas el hombre acaba de cambiar sus aletas por unas manos, apenas
se da cuenta de que él es él, apenas ha pasado la difícil obligatoriedad de la
manada, en el fugaz abrir y cerrar de ojos de una pequeña galaxia, cuando ya se
pregunta acerca de la verdad, la felicidad, la eternidad, ya se pone “gallito”,
ya “pide cuentas”.
“Y es
obstinado.
Obstinado,
hay que admitirlo, mucho.
Queramos
o no, un encanto.
Pobrecito.
Un
verdadero hombre.”
Me enamora esta poesía, es de una belleza y
sensibilidad exquisita.
En el momento que nos damos cuenta de que
somos armonía, se acaban las preguntas, dejamos de encararnos con ese ser
poderoso con el que nos educaron y nos enfrentaron. Pobrecito hombre.
En ese momento bajamos las espadas de la
insolencia y el egocentrismo, y una fuerza contagiosa se nos apodera hasta
transformarse en sonrisa, en gesto amable y gratitud. Y comenzamos a apreciar
el presente eterno en el que estamos sumergidos, y que es nuestro contacto más
directo con la Dicha o con la Vida.
Es nuestro despertar.
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