El sufrimiento nos hace crecer y nos hace sacar al exterior unas fuerzas que ni sabíamos que las teníamos. No lo rechacemos.
Cada uno tiene su dosis de sufrimiento, eso lo vemos a diario. “En cada casa hay algo”, solemos comentar.
En otras culturas hay mayor aceptación del sufrimiento, el dolor, y la muerte. No en la nuestra.
Estamos sumergidos en la propaganda de la felicidad fácil, de la belleza artificial, de las relaciones superficiales. Es muy difícil, en este contexto, admitir con serenidad o equilibrio, que algo no va bien, eso supone fracaso, rechazo, no cumplir los objetivos propuestos, estar al margen.
Tener una enfermedad, muchos lo llaman: “una desgracia”, sin pararse a pensar que es la ocasión para apreciar lo que de verdad tiene valor en nuestras vidas, lo que no se puede comprar ni vender porque nos brota del interior como una fuente: esa fuerza o energía que está medio aletargada hasta que la necesitamos y entonces resurge y se pone a nuestro servicio.
Es en “esas desgracias” cuando los lazos del amor se hacen fuertes, cuando brota la ayuda y el compañerismo, la solidaridad y la cercanía.
No rechacemos ninguno de los acontecimientos que nos visitan, de todos podemos aprender, todos son joyas para nuestra formación.
Comuniquemos amor hasta a los enemigos. Acojamos con gesto sincero lo que nos molesta. Tampoco nos vendría mal relativizar todo lo que nos sucede, como decían nuestras abuelas: no hay mal ni bien que cien años dure.
Nuestro problema es que creemos que todo tiene que ir bien siempre. Y no es así. Igual que las olas vienen y van, así nuestras circunstancias van cambiando: todo es transitorio, relativo, efímero. Pongamos las cosas en su justo sitio, no nos desquiciemos. Hagamos un ejercicio continuo de humildad.
El sufrimiento es necesario, por eso existe. Nos hace recordar nuestra debilidad y pequeñez. Nos hace bajar del pedestal, de la autosuficiencia en la que tendemos a colocarnos.
“Junto con la aceptación del dolor crece una alegría profunda. En algunas personas que han sufrido duras pruebas se nota esa alegría, ya que muestran un gran amor hacia sus semejantes. El crecimiento o la madurez espiritual, ocurre mediante el sufrimiento”. (W. Jäger)
Podemos con todo, tenemos la fuerza del universo a nuestro servicio. Las pruebas por las que pasamos son las adecuadas para nuestro crecimiento.
No hay que temer.
Cada uno tiene su dosis de sufrimiento, eso lo vemos a diario. “En cada casa hay algo”, solemos comentar.
En otras culturas hay mayor aceptación del sufrimiento, el dolor, y la muerte. No en la nuestra.
Estamos sumergidos en la propaganda de la felicidad fácil, de la belleza artificial, de las relaciones superficiales. Es muy difícil, en este contexto, admitir con serenidad o equilibrio, que algo no va bien, eso supone fracaso, rechazo, no cumplir los objetivos propuestos, estar al margen.
Tener una enfermedad, muchos lo llaman: “una desgracia”, sin pararse a pensar que es la ocasión para apreciar lo que de verdad tiene valor en nuestras vidas, lo que no se puede comprar ni vender porque nos brota del interior como una fuente: esa fuerza o energía que está medio aletargada hasta que la necesitamos y entonces resurge y se pone a nuestro servicio.
Es en “esas desgracias” cuando los lazos del amor se hacen fuertes, cuando brota la ayuda y el compañerismo, la solidaridad y la cercanía.
No rechacemos ninguno de los acontecimientos que nos visitan, de todos podemos aprender, todos son joyas para nuestra formación.
Comuniquemos amor hasta a los enemigos. Acojamos con gesto sincero lo que nos molesta. Tampoco nos vendría mal relativizar todo lo que nos sucede, como decían nuestras abuelas: no hay mal ni bien que cien años dure.
Nuestro problema es que creemos que todo tiene que ir bien siempre. Y no es así. Igual que las olas vienen y van, así nuestras circunstancias van cambiando: todo es transitorio, relativo, efímero. Pongamos las cosas en su justo sitio, no nos desquiciemos. Hagamos un ejercicio continuo de humildad.
El sufrimiento es necesario, por eso existe. Nos hace recordar nuestra debilidad y pequeñez. Nos hace bajar del pedestal, de la autosuficiencia en la que tendemos a colocarnos.
“Junto con la aceptación del dolor crece una alegría profunda. En algunas personas que han sufrido duras pruebas se nota esa alegría, ya que muestran un gran amor hacia sus semejantes. El crecimiento o la madurez espiritual, ocurre mediante el sufrimiento”. (W. Jäger)
Podemos con todo, tenemos la fuerza del universo a nuestro servicio. Las pruebas por las que pasamos son las adecuadas para nuestro crecimiento.
No hay que temer.
1 comentario:
Desde luego, tú tienes esa fuerza.
Gracias, hormiguita.
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