“Cuando está preparado el discípulo surge el maestro”. Cuando estás preparado para una frase, ésta te llega. Es el libro el que te busca, no tú a él. Es el paisaje el que te encuentra.
Todos vemos, leemos o percibimos lo mismo, pero, ante un mismo hecho, hay unos que dan saltos de alegría, y otros que se quedan indiferentes: no están preparados para ese mensaje.
La Sabiduría nos busca, a unos por unas vías, a otros, por otras. Cada uno da testimonio de su emoción, de su gozo, de lo que a él le toca especialmente. A cada uno “le mueve” una cosa.
La luz existe. Si la miras, te conviertes en su testigo, porque la reflejas. Es importante ese testimonio, ser conscientes de que con nuestra manera de ser y actuar, testificamos.
Malaquías 3: “Volveos a mí y yo me volveré a vosotros. Os abro las ventanas del cielo para vaciar sobre vosotros la más rica bendición.
Por una ventana invisible se vuelcan en nosotros las bendiciones que la existencia trae consigo. Si nos volvemos hacia ellas, ellas se vuelven hacia nosotros. Es recíproco.
Cuida la paz de tu corazón, ella te indicará que estás siendo la persona humana que has venido a ser. Pero si esa paz está tapada, entonces búscala, persíguela, no te conformes con vivir lejos de tu armonía.
En la soledad interior, cuida de tus cosas, de tu familia, del mundo. No les condenes con tus juicios y prejuicios. Rodéales de tu amor, de tu aceptación.
Admírate de la creación y de estar en ella. Que de tu piel siempre salga buena energía, gratitud.
Y cuando no sepas qué hacer, qué decir, dónde buscar, cómo actuar, sencillamente quédate en silencio, en contemplación, en humildad. Esa quietud es muy importante, y te va ayudar más de lo que te imaginas.
Qué belleza es velar y prestar la voz, la súplica, por los tuyos, y por todo lo que existe, sin saber qué pedir, casi sin palabras, sólo con el corazón asombrado y agradecido.
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