domingo, 13 de noviembre de 2011

Al cuidado de la madre


La idea de que existe Dios nos la da él mismo. Somos guiados en la creencia y también en la increencia.

Como corderillos en un rebaño, cada uno tiene lo que necesita y somos vigilados atentamente por nuestro pastor, que está con nosotros en todos nuestros peligros y aventuras, y no nos deja caer.

El sentimiento de la búsqueda y de la confianza se deposita en nuestro corazón sin que nosotros sepamos cómo. Hay casos extraordinarios como el de André Frossard; en su libro “Dios existe, yo me lo encontré” nos habla de que él era una persona escéptica, atea y totalmente indiferente a la religión que entró a una iglesia buscando a un amigo, y salió 5 minutos más tarde siendo “católico, apostólico y romano, llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.”

Pero lo que se da más a menudo es el ir poco a poco, reconducidos en una dirección, sin apenas darnos cuenta. A lo largo de nuestra vida hay una serie de circunstancias que nos traen aires nuevos y nos inducen a cambiar.

Nuestros inseguros pasos son observados atentamente, estamos a la mira de nuestra madre, sólo cuando confiamos nos llega la certeza de que estamos acompañados.

Todas las energías se armonizan para que nosotros cumplamos nuestro destino y no podemos encontrar el momento exacto en el que empezó nuestro cambio, pero sí nos acordamos de determinadas personas, lecturas, acontecimientos que nos han influido de forma especial. Y si nos ponemos las “gafas de ver” lo extraordinario y lo sorprendente que nos sucede, entonces nos damos cuenta de que somos como bebés o pequeñas crías que comienzan a caminar.

La vida nos va cambiando de una manera lenta pero segura hacia la madurez, hacia el encuentro con nosotros mismos, hacia una mayor hondura y dignidad personal. Todo son pasos guiados, pequeños impulsos aparentemente insignificantes; iniciamos caminos sin enterarnos, pero cuando ha pasado algún tiempo y miramos atrás decimos: ¡Pero si yo no era así! ¿Cuándo cambié?

Abramos los ojos para ver lo que nos está sucediendo ahora, porque cataclismos mayores que los que afectan a la corteza terrestre nos recorren por dentro y no nos enteramos.

El sorprendente nacimiento de nuestra persona sucede todos los días. No nos lo perdamos.

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