miércoles, 12 de octubre de 2011

Libre y firme


Libre y firme en mis convicciones y en mi decisión de amar.

Libre, con la libertad de los que entre tantas sugestivas opciones, eligen servir, y no les atraen los falsos dioses ni los mensajes engañosos. Sólo siguen el sencillo sendero del desprendimiento radical. Libertad como decisión de no casarme con mis caprichos y condicionamientos, tan sólo estar agarrada a su voluntad amorosa y en mi divina noche lanzar destellos de llantos y de risas.

Es difícil el camino cuando se pretende algo, es fácil cuando aceptas y amas. Aceptas la sorpresa de cada día, amas con cada respiración. Y huyes de ser protestón, engreído, autosuficiente, excluyente

Pertenecemos a alguien, a algo, somos suyos, y él nos ha hecho libres para sobrevolar nuestro mundo, saltarnos los barrotes que construimos y nos construyen; libres para crear nuevos espacios y compartir amistad, para resurgir de nuestra insignificancia y flaqueza, y sabernos hijos de lo eterno y para maravillarnos con el baile armonioso de las estrellas, tan asombroso que no cabe en nuestra pequeña mente. La imaginación no nos da para apreciar tanta belleza.

Esa danza cósmica también nos habita por dentro, también bailan nuestras estrellas interiores y en medio de nuestras monótonas vidas podemos vivir intensas emociones, gozos inmensos, tan solo estando con nosotros mismos, en soledad.

Firme para abandonar todos los senderos que no me conducen a mi propia interioridad, a ese pedacito de divinidad que me ha tocado en herencia, y que comparto con la creación entera.

Firme para ser un soldado de lo bueno y de lo bello, y para servir con mi frágil lealtad, y con mis cambiantes fuerzas a mi Realidad auténtica.

Libre y firme para edificarme con ilusión y para dejar la gravedad de las cosas serias y adentrarme con gozo en el País de la Alegría que no tiene retorno: cada paso deja su huella imborrable en el corazón. Nos atrae la armonía y la calma personal. Abandonar la pesadez de los asuntos graves y sencillamente reír, reír, reír, porque estamos en las mejores manos y porque la estupidez no es cosa de Dios, sólo es de los hombres.

Juntemos los problemas con los problemas y aparquémoslos algún rato, entonces veremos que existe una estancia no problemática, no estresada, no zarandeada, no ensuciada. En ese lugar se aloja lo mejor de nosotros mismos, a lo que solemos llamar Dios.

Y para acceder a ese lugar sólo tenemos que distanciarnos de la maraña de asuntos en la que nos movemos y sentirnos agradecidos, privilegiados, vivos.

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