Yo soy un ser espiritual y desconocido oculto dentro de mi cuerpo. Un ser que ha tomado un entorno físico, unas costumbres, unas características.
Yo soy el observador profundo de cuanto me sucede. Existo aparte de las cosas que me pasan. No soy lo que me sucede. Soy el observador.
Si me coloco al margen del torbellino de mis pensamientos, y de mis ocupaciones, lo que me queda es mi ser verdadero, que mira desde dentro, que sabe y comprende.
Es difícil aclararse con las cosas de las profundidades, no las podemos demostrar ni comprobar ni sacar a la luz, en cuanto se expresan se tergiversan.
Da un vuelco nuestra realidad cuando nos sentimos observados por el ser que llevamos dentro. Da un giro decisivo porque nos situamos en el terreno que nos pertenece, el del misterio que nos envuelve.
Cada uno que investigue sus “moradas”. Seguro que hay más de una sorpresa, al encontrarse con su ser auténtico, ese gran ignorado que es más real que la propia realidad.
Una característica de ese ser es que está envuelto en paz. Siempre. Si nos situamos desde su perspectiva se borran las tensiones, nos sentimos bien.
También le caracteriza la luz y la sabiduría. Ahí, detrás de la fachada de nuestra personalidad, es donde está nuestra cara verdadera.
Y sólo gracias a ese ser interior podremos soltar al personaje que representamos, que nos da prestigio ante el mundo, y al que estamos aferrados creyendo que somos él, es decir creyendo que somos lo que aparentamos.
Podremos vernos libres de nuestro propio rol. Y tener libertad para elegir convertir nuestra vida en cántico o en alabanza o en mágico abrazo o en belleza.
Hay que estar un poco tocado para poder dar este paso, hay que abandonar los caminos conocidos y empezar a caminar por donde no hay senda, por donde nadie te puede aconsejar.
Es entrar en nosotros mismos como de visita y sumergirnos en las profundidades de nuestro pozo personal y allí contemplar y ver qué pasa, en silencio.
Y no nos sirve nada más que lo que ya tenemos; la experiencia de uno no sirve para el otro, ni mis sufrimientos ni mis alegrías le aprovechan al que está junto a mí.
Para encontrar a nuestro observador hay que adentrarse en un camino de soledades, la decisión es nuestra. También el miedo y las ganas son personales. El encuentro es de tú a tú, no hace falta nadie más.
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