domingo, 21 de agosto de 2011

Gedeón


En el Antiguo Testamento, en Jueces 6, hay una historia que “me ha tocado” y siento el impulso de expresarla en forma de relato o recreación.

Gedeón era el menor de los hijos de Joás, estaban siendo perseguidos, amenazados, maltratados, el enemigo les robaba las cosechas, les mataba los animales, estaban pasándolo francamente mal. Un día, el joven estaba limpiando el trigo a escondidas, para que sus enemigos no le vieran. Y el ángel del Señor se le apareció y le dijo: “El Señor está contigo, hombre fuerte y valiente”.

Gedeón, asombrado, incrédulo, rebelde, le contesta: “Perdón, ¿tú de qué vas? Si el Señor está conmigo, ¿por qué me está pasando todo esto? ¿dónde están todos los prodigios de que nos han hablado que puede hacer? La verdad es que no te creo, y pienso que el Señor me ha dejado completamente solo frente a mis problemas y mis enemigos.”

Entonces el Señor le envolvió con su mirada y le dijo:

“Usa la fuerza que tienes. Yo soy el que te la he dado”

Gedeón volvió a rebelarse, y le contestó:

“Pero yo no tengo medios para cambiar las cosas ni para solucionar los problemas, no tengo ninguna posibilidad, ni estudios, ni dinero, ni preparación. Soy un cero a la izquierda. Perdona, pero no te creo.”

“Podrás hacerlo porque yo estaré contigo.”

Esta historia se puede aplicar muy bien a cada uno de nosotros. Nos enfrentamos a montones de dificultades, de cosas que no salen como pensábamos, de planes que se tuercen. Pero, realmente, donde está nuestro ejército enemigo es en nosotros mismos. Ése es nuestro campo de batalla. Ahí es donde son destruidas nuestras cosechas de alegría y donde es robada nuestra ilusión, también ahí es donde se gesta nuestra visión positiva, nuestra victoria sobre los prejuicios, la rutina, el miedo.

Gedeón, al principio sorprendido y reacio, finalmente se hizo amigo del Señor y se quedó hablando con él. Le hizo un sitio principal en su vida, ya nunca se encontró solo.

De muchos modos diferentes, nos va llegando el mensaje que nos dice: “Adelante, yo estoy contigo.”

Puedes creerte el mensaje o no creértelo, puedes rebelarte y mandarlo todo a paseo. Pero si te quedas algunos momentos en calma podrás sentir, una y mil veces, la voz sin palabras que te dice: “Confía en mí, yo soy tu fuerza, no te desanimes.”

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