Cuando los pajarillos rezan
sus oraciones de la mañana,
cuando la hierba se siente fresca,
la brisa nueva
y humildemente el sol se asoma.
Cuando la luz del día
pone en su sitio las flores bellas
y las hojas muertas,
cuando de nuevo el cuerpo se pone en marcha
y todo empieza,
puedo contemplar el espectáculo
siempre increíble de la belleza,
y es el mejor momento
de declarar mi amor a toda la tierra.
Cuando las horas pasan y se atropellan,
el sinsentido se vuelve el amo,
el mundo entero manda en mi cuerpo
y la ceguera se instala y reina.
Cuando me olvido de que respiro,
que Dios es bueno
y es mi centro,
y me siento extraña
entre las fuerzas del universo,
en plena bruma
pierdo mi norte y mi horizonte,
y en cada cruce me desoriento.
Cuando las hierbas de los caminos
bailan conmigo,
me siento hermana privilegiada
de lo pequeño y de lo divino,
y acompaño emocionada
a la luz y al agua
hacia sus destinos.
Cuando las fuentes se vuelven claras
y brotan hondo y sueñan alto,
y los paisajes me cuentan en el oído
sus alegrías y sus tristezas.
Y si nada me distrae de mi confianza
y de mí mismo,
entonces doy pasos pequeños
que son mi danza
y en las orillas de los abismos
me brotan alas.
Cuando la siembra que recojo es excesiva,
y lo que mastico se me transforma
en abundante palabra y en maravilla.
Cuando los astros se alinean
para informarme
y me pasan de mano a mano
sus enseñanzas y sus mensajes
me convierto en mediadora ilusionada,
y portadora de la noticia de la esperanza.
Cuando la savia que me alimenta
es mi aliada,
mi compañera es la belleza,
y me amamantan las energías
más bondadosas,
todos los seres a los que miro
sueñan conmigo,
porque mi fuerza es contagiosa.
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