viernes, 12 de agosto de 2011

En época vacacional


En vacaciones es difícil, pero no imposible, encontrar el ritmo de tranquilidad, equilibrio, sosiego, que favorece la paz interior y la comunicación en profundidad con nosotros mismos, que llamamos oración.

Tenemos organizadas reuniones familiares, también tenemos programadas excursiones grupales. Después hay que descansar del estrés que todo eso supone. La tensión de hacer vida social siempre nos pasa factura. Acabamos el día extenuados. No encontramos el espíritu por ninguna parte.

En los sitios de veraneo donde vamos, todo está lleno, hay que hacer interminables colas para comprar, para comer, o para lo que sea.

También cambia el ritmo y la calidad de las comidas. Cuando salimos tomamos aperitivos o almuerzos que habitualmente no hacemos, y nos pasamos la tarde sedientos y aletargados.

Con esto que digo quiero expresar que en vacaciones hay que hacer un esfuerzo adicional para encontrar nuestros ratos de soledad siempre necesarios.

Hay que tener la vista puesta en lo que es más importante para nosotros. Por supuesto no rechazar el ambiente de fiesta de las reuniones familiares, pero tampoco abandonar la reflexión diaria sobre nuestra persona y sobre todas las cosas que nos suceden.

Porque si no, nos acostumbramos a no tener tiempo para lo esencial, y así nos va pasando la vida estando nosotros “en Babia”, distraídos.

Cualquier momento o situación, de jolgorio, de playa o de viaje, es buena para el agradecimiento, para el recogimiento. En todo podemos ver el regalo que se nos ofrece, y vivirlo con alegría, sabiendo que igual que se nos da, se nos puede quitar, como decía Job: “El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!”

Cuando nos hemos acostumbrado a esos ratos de profundización, no podemos pasar muchos días sin ellos, nos hacen falta para sentirnos más humanos, para saborear de verdad todo lo que nos sucede y para sabernos vivos.

La masificación hace difícil la soledad, el entrar dentro del propio corazón. Sin embargo, en medio de la multitud, o en la espera de una cola, podemos cerrar los ojos, concentrarnos y reflexionar. Se puede hacer, porque tenemos un hilo directo interior, que nunca nos falla, ni se deteriora, en todas partes tenemos una cobertura excelente. Y recibimos la señal amorosa de forma instantánea, en cuanto nos conectamos.

No le demos vacaciones a nuestros encuentros con nuestro centro esencial. Somos más felices si tenemos esta conexión, porque quiere decir que no olvidamos nuestro origen ni nuestro destino. Y que damos gracias por ello.

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