El evangelio nos habla de que somos
los sarmientos que están unidos, conectados, a la vid. Damos frutos gracias a
esa unión, que es la que posibilita la fecundidad.
Muchas veces, demasiadas, nos
sentimos separados, incluso abandonados a nuestra suerte, y si algo va mal
pensamos que es una desgracia. Nos hemos olvidado de la poda: los problemas y las dificultades están ahí por algo: para
hacernos crecer interiormente y madurar.
Los sarmientos, nosotros,
necesitamos esa poda para sanearnos y dar mejores frutos, que son los que están
enumerados en Gálatas 5, 22: “Amor,
alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio de
uno mismo.”
Esos frutos son los más anhelados
por el corazón humano, y todos ellos se complementan, son arrastrados unos por
otros. Van en ristra. Si hay amor,
seguro hay alegría, que nos trae paz y refuerza la paciencia, que saca nuestra amabilidad
y bondad y nos hace resaltar la fidelidad,
nos enseña a ser humildes, y nos
facilita la difícil tarea del dominio de
uno mismo.
El Viñador nos mira, nos conoce,
está a nuestro servicio y nos ama. No se le pasa ninguna oportunidad de
hacérnoslo saber: a través del cariño de la familia, de los lazos de amistad,
de cualquier aparente casualidad, de cualquier palabra o gesto. Él se ocupa de
nosotros, con esa certeza tenemos que caminar. Es inimaginable e inmenso su
amor.
Sin embargo, pensamos y actuamos en
cada momento como si el mundo dependiera solo de nosotros. Y así andamos por la
vida muertos a lo fundamental: el amor que nos sostiene.
Cuando nos sentimos unidos a
nuestra Vid, que es nuestro auténtico Ser, damos fruto abundante, es decir, nos
nacen esas pacíficas cualidades enumeradas, que son las que dan calidad a
nuestra existencia.
Entonces podemos acceder a ese
aprendizaje para el que hemos venido hasta aquí. Y nos nace una nueva mirada
agradecida en la que todo lo vemos como regalo.
1 comentario:
Me ha llegado al corazón. Gravias..
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