domingo, 17 de mayo de 2020

La vid


El evangelio nos habla de que somos los sarmientos que están unidos, conectados, a la vid. Damos frutos gracias a esa unión, que es la que posibilita la fecundidad.

Muchas veces, demasiadas, nos sentimos separados, incluso abandonados a nuestra suerte, y si algo va mal pensamos que es una desgracia. Nos hemos olvidado de la poda: los problemas y las dificultades están ahí por algo: para hacernos crecer interiormente y madurar.

Los sarmientos, nosotros, necesitamos esa poda para sanearnos y dar mejores frutos, que son los que están enumerados en Gálatas 5, 22: “Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio de uno mismo.”

Esos frutos son los más anhelados por el corazón humano, y todos ellos se complementan, son arrastrados unos por otros. Van en ristra. Si hay amor, seguro hay alegría, que nos trae paz y refuerza la paciencia, que saca nuestra amabilidad y bondad y nos hace resaltar la fidelidad, nos enseña a ser humildes, y nos facilita la difícil tarea del dominio de uno mismo.

El Viñador nos mira, nos conoce, está a nuestro servicio y nos ama. No se le pasa ninguna oportunidad de hacérnoslo saber: a través del cariño de la familia, de los lazos de amistad, de cualquier aparente casualidad, de cualquier palabra o gesto. Él se ocupa de nosotros, con esa certeza tenemos que caminar. Es inimaginable e inmenso su amor.

Sin embargo, pensamos y actuamos en cada momento como si el mundo dependiera solo de nosotros. Y así andamos por la vida muertos a lo fundamental: el amor que nos sostiene.

Cuando nos sentimos unidos a nuestra Vid, que es nuestro auténtico Ser, damos fruto abundante, es decir, nos nacen esas pacíficas cualidades enumeradas, que son las que dan calidad a nuestra existencia.

Entonces podemos acceder a ese aprendizaje para el que hemos venido hasta aquí. Y nos nace una nueva mirada agradecida en la que todo lo vemos como regalo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me ha llegado al corazón. Gravias..

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