El trabajo interior siempre es
posible. También necesario. Para eso estamos aquí.
Pensamos que nacemos para ejercer
cualquier profesión, o para ser madre, o para progresar en alguna materia. Sin
embargo, estamos aquí para agrandar y engalanar nuestro edificio interno, tan
solo viviendo y confiando en la vida, partiendo de lo que somos y lo que
hacemos.
Lo único que tenemos bajo nuestro
mando es la vida interior, que puede ser plena independientemente de las
circunstancias más o menos favorables.
Merece la pena cuidar esa
profundidad, que al final es la que nos va a hacer alcanzar la máxima dicha.
Puedes estar enfermo, o pasar por
circunstancias externas muy delicadas, pero tu verdadera vida siempre la tienes
por dentro y está en tu poder. Por eso, puedes cambiar malas sensaciones por
buenas sensaciones, para ello hay que empezar por cambiar los pensamientos: somos lo que pensamos.
Tenemos una parte no visible, que
es la fuerza de la vida que fluye a través de nosotros. Ese yo invisible es el
que dirige y el que sabe, y podemos acceder a él, solo tomando conciencia de
que ya está aquí, que nunca se ha ido. Somos nosotros los que andamos
despistados.
Que con todo lo que nos sucede
podamos construir ese precioso edificio de nuestra persona. Que sepamos
aprovechar las faenas de cada día, los encargos de la vida, los minutos que se
suceden, lo que en apariencia no sirve para nada.
Cuidemos ese altar personal donde
celebramos lo más sagrado. Ese es un trabajo sencillo que no se pierde en
teorías, sino que se practica en el pequeño detalle, y nos lleva a la gratitud
del momento presente.
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