Hay un bellísimo salmo que dice: “Señor, tú me sondeas y me conoces, conoces
cuando me siento y me levanto. De lejos penetras mis pensamientos, conduces mi
camino y mi descanso. Todas mis sendas te son familiares.”
Qué bien saberse rodeados y
conducidos por el Amor. No podemos escaparnos de su ternura. Nos conoce y sabe
cuál es el mejor camino para llegar a nosotros. En él existimos. Puede ser que
ese “mejor camino”, no sea el camino idílico y exitoso que entendemos nosotros como
“mejor”. Quizá ese camino sea el del fracaso o la enfermedad o las lágrimas,
que solemos rechazar con todas nuestras fuerzas.
“No ha llegado la palabra a mi boca y tú Señor
ya te la sabes toda.” Así de cerca lo
tenemos. Más íntimo que lo más íntimo mío, es lo que decía S. Agustín.
Él nos ha ido “tejiendo en lo
secreto” y sigue paso a paso todas nuestras andanzas. Me lo imagino con una
sonrisa en la boca y moviendo la cabeza a un lado y a otro, como diciendo: “no
tienen remedio, pero son un encanto.”
La lectura de este salmo lleva a
una explosión de gozo y de agradecimiento, por tantas maravillas. Por saber,
que desde el principio de los tiempos todos los seres humanos vamos unidos en
una misma peregrinación, una generación tras otra, y nos mueve el mismo
Espíritu. Que con pasitos más o menos inseguros nos dirigimos a una mayor
consciencia de la única Luz del mundo, y el mismo grito sale de todos, como en
el salmo: “Guíame para que no me pierda”.
Ese grito significa que andamos con
miedo. Un miedo que va desapareciendo conforme aumenta la confianza.
Practicar esa confianza es un sano
ejercicio que podemos efectuar todas las horas del día. El resultado de esa práctica
es sorprendente: nos cambia la vida a mejor y comenzamos a saborear la belleza
que nos rodea y que somos.
1 comentario:
Él nos conoce y sabe cuál es el mejor camino para llegar a nosotros.......
Gracias Conchi¡
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