domingo, 17 de noviembre de 2019

Fecundidad


Todo está naciendo, todo se mueve. Nuestro interior y también el universo de fuera. Nos ramificamos, echamos hojas, flores y buen fruto. Somos naturaleza, un trozo de universo que es al mismo tiempo el universo completo.

Llevamos dentro las semillas divinas que dan fruto a su tiempo, cuando no entorpecemos su acción, cuando las dejamos ser. Pero lo que ocurre es que tenemos prisa, no sabemos esperar la acción bondadosa que todo lo hace florecer, aun sin nuestra intervención. “La tierra produce por sí misma”. Dios realiza la siembra, actúa sobre nosotros. Es nuestro alimento, lo que él nos siembra es Vida, y nos hace fecundos, porque somos buena tierra que sale de sus manos.

Hay que practicar paciencia en las esperas, en lo que no entendemos y no sabemos encajarlo en nuestra vida, en aquello que no hubiéramos elegido, pero ahí está.

Hay que cuidar la dimensión espiritual, que es la que permite que nuestra tierra recupere su fecundidad, una y otra vez.

Hay que entrenarse en abandono. “Padre mío, me abandono a ti, haz de mí lo que quieras, lo que hagas de mí te lo agradezco”. (Foucauld).

Parece una locura pensar así. Solo los locos, dejan la seguridad mundana donde todo está medido y calculado, para adentrarse en el abismo del no saber, de la confianza ciega y del inimaginable amor sin límites.

Nuestro objetivo de cada día: ser felices en medio de las dificultades, en todo ver ayudas, en todo ver posibilidad de dar gracias, porque todo está lleno de Presencia.

Para ello, como en la bella imagen que acompaña este texto, dejémonos confiadamente, labrar, cuidar. Nuestra tierra es fecunda, y de nosotros saldrán bellas hojas y flores, porque somos belleza, esencialmente.

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