El Evangelio nos dice que no somos
propietarios sino administradores. Nada tenemos en posesión, todo es para
hacerlo fructificar. Soy consciente de la gran responsabilidad que tengo.
Me gusta la idea de ser
administradora de besos y de gestos de ternura y paz. De todo ello poseo un
pozo inagotable del que cuanto más saco, más tengo. Gran misterio.
En cambio, si no hago salir esas
perlas preciosas, se me oxidan y, a fuerza de permanecer ocultas, pierden luz y
sentido. “La fe si no se propaga se apaga, el amor si no se ejercita se
atrofia, la vida si no la celebras envejece”.
Tengo en mi interior tesoros
infinitos que ni sé para qué sirven, porque no me conozco realmente a mí misma,
es demasiado profundo el abismo interior y mi visión es de corto alcance.
Administrar tesoros es un buen cargo,
de gran creatividad. Es una tarea ilusionante que cada día puede ser nueva,
porque cada instante es diferente del anterior.
Con tanta novedad, necesito
reciclarme y formarme a diario y no me faltan ocasiones. De los errores aprendo
muchísimo y en los fracasos saco de mi pozo confianza, que es mi gran tesoro.
También administro las aguas de
esta fuente que mana, pero tengo tantas ayudas que soy una simple copista que
escribe lo que escucha al dictado de su corazón.
Cuidadora privilegiada de las
buenas energías que me sostienen, de mi tiempo y de mi espacio. Dedicada a
todos mis seres queridos. Es apasionante eso de administrar mis fuerzas, que
son prestadas. Me gusta expresarlo así:
Toda
la fuerza mía /me la han prestado, /yo solo la poseo /si la comparto. /Me la
encontré una vez, /mientras miraba el cielo, /juntando las estrellas /para
escribir te quiero.
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