domingo, 24 de noviembre de 2019

Administradora


El Evangelio nos dice que no somos propietarios sino administradores. Nada tenemos en posesión, todo es para hacerlo fructificar. Soy consciente de la gran responsabilidad que tengo.

Me gusta la idea de ser administradora de besos y de gestos de ternura y paz. De todo ello poseo un pozo inagotable del que cuanto más saco, más tengo. Gran misterio.

En cambio, si no hago salir esas perlas preciosas, se me oxidan y, a fuerza de permanecer ocultas, pierden luz y sentido. “La fe si no se propaga se apaga, el amor si no se ejercita se atrofia, la vida si no la celebras envejece”.

Tengo en mi interior tesoros infinitos que ni sé para qué sirven, porque no me conozco realmente a mí misma, es demasiado profundo el abismo interior y mi visión es de corto alcance.

Administrar tesoros es un buen cargo, de gran creatividad. Es una tarea ilusionante que cada día puede ser nueva, porque cada instante es diferente del anterior.

Con tanta novedad, necesito reciclarme y formarme a diario y no me faltan ocasiones. De los errores aprendo muchísimo y en los fracasos saco de mi pozo confianza, que es mi gran tesoro.

También administro las aguas de esta fuente que mana, pero tengo tantas ayudas que soy una simple copista que escribe lo que escucha al dictado de su corazón.

Cuidadora privilegiada de las buenas energías que me sostienen, de mi tiempo y de mi espacio. Dedicada a todos mis seres queridos. Es apasionante eso de administrar mis fuerzas, que son prestadas. Me gusta expresarlo así:

Toda la fuerza mía /me la han prestado, /yo solo la poseo /si la comparto. /Me la encontré una vez, /mientras miraba el cielo, /juntando las estrellas /para escribir te quiero.

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