La espiritualidad va unida a la
transformación de nuestro interior. Y es algo a lo que tenemos que dedicar
nuestra energía y tiempo, si es que nos interesa el tema. Siempre hay que regar
el arbolito para que la planta crezca.
La principal dificultad es que nos
cuesta cambiar el punto de vista, echar lastres, y navegar por sitios nuevos.
Muchas veces nos quedamos aferrados al pasado, porque somos miedosos, y si
aquello nos sirvió en un tiempo, pues por qué cambiar, aunque ya no nos diga
nada. Seguimos funcionando por inercia. Y no disfrutamos.
Dice Buda: “Insistir en una práctica espiritual que te ha servido en el pasado es
llevar sobre tus espaldas la balsa después de haber cruzado el río.”
Está muy clara esa imagen. Esa
barca ya no me sirve, pero me asusta o me da pereza la aventura interior sin
algún amarre o seguridad.
Precisamente, se trata de eso, de
vivir en la completa inseguridad y, al mismo tiempo, en la absoluta confianza.
Siguiendo la voz interior, nuestra conciencia de ser, suave y amorosa, que nos
dice: sigue adelante. En nuestro aprendizaje todo lo que nos sucede es
necesario, todo nos trae mensajes.
Contamos también, no hay que
olvidarlo, con tantos hombres sabios y santos, son como postes indicadores que
nos indican la dirección. Yo echo mano de ellos y memorizo los mensajes que me
tocan en lo profundo, que son los que están a mí destinados
Cada paso que damos sobre el abismo
del Amor infinito es sostenido y alentado por ese mismo Amor. Jamás la
iniciativa es nuestra, pues no avanzamos solos.
Parece de locos, pero en nosotros
mismos está el Guía y el Discípulo, el Tú y el Yo. En un diálogo sin posible
interrupción, un tú a tú sin fisuras y una unión tal que no se sabe dónde
comienza uno y acaba el otro, quizá porque no hay dos.
Cada uno que siga su propio
corazón, su instinto, su senda personal, ahí es donde se da ese encuentro que
le cambiará la vida.
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