domingo, 3 de marzo de 2019

No endurecernos


No sé qué pasa que en el terreno espiritual siempre estamos en modo aprendices. Y con el paso del tiempo, nunca nos graduamos, ni pasamos a un nivel superior. Yo diría que incluso bajamos de categoría, y pasamos a vernos como realmente somos: incapaces de aprender, porque al final, no sabemos si buscamos lo que nos trasciende o simplemente, se nos cuela el ego y nos endiosamos a nosotros mismos.

Sufrimos un autoengaño. Rezamos con infinidad de palabras, y de razonamientos. Con eso nos sentimos bien, pero quién puede asegurar que no nos dirigimos en realidad a nosotros mismos. El Gran Amante que habita el silencio nos escucha. Y calla.

El peligro en el camino es que se nos vayan haciendo callos, durezas, a fuerza de empujar, a fuerza de ser egocéntricos, buscadores únicamente de satisfacciones personales.

Dice León Felipe: “Que no hagan callo las cosas ni en el alma/ ni en el cuerpo,/ pasar por todo una vez, una vez/ solo y ligero,/ ligero, siempre ligero.”

Que no se nos endurezca el corazón, ese es el secreto. Un corazón blandito: ama, compadece, atiende, abraza, agradece, perdona, acoge, sueña, sonríe.

Ese es nuestro aprendizaje, no endurecernos, ni cerrarnos a las necesidades de los demás. También es nuestra más grande oración.

Si tuviéramos claro que todo le pertenece a él. Dice el P. Pio: “Mi santidad no es fruto de mi espíritu, sino que es fruto del Espíritu de Dios que me santifica. Es un don, un talento que me ha prestado.”

Así es todo: prestado. Regalo inmenso de vida y de amor. La dura muerte pone las cosas en su sitio y nos lleva a aprender rápidamente y a buscar lo esencial: el misterio de nuestro ser infinito, atemporal.

Pasemos ligeros y sin cargas por esta etapa terrenal tan corta. Solo son necesarios alabanzas y cantos.

2 comentarios:

Fr. Simón dijo...

Alabanzas y cantos

juanolas dijo...

Si tuviéramos claro que todo le pertenece a Él.
Gracias Conchi¡

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