No sé qué pasa que en el terreno
espiritual siempre estamos en modo aprendices. Y con el paso del tiempo, nunca
nos graduamos, ni pasamos a un nivel superior. Yo diría que incluso bajamos de
categoría, y pasamos a vernos como realmente somos: incapaces de aprender,
porque al final, no sabemos si buscamos lo que nos trasciende o simplemente, se
nos cuela el ego y nos endiosamos a nosotros mismos.
Sufrimos un autoengaño. Rezamos con
infinidad de palabras, y de razonamientos. Con eso nos sentimos bien, pero quién
puede asegurar que no nos dirigimos en realidad a nosotros mismos. El Gran
Amante que habita el silencio nos escucha. Y calla.
El peligro en el camino es que se
nos vayan haciendo callos, durezas, a fuerza de empujar, a fuerza de ser
egocéntricos, buscadores únicamente de satisfacciones personales.
Dice León Felipe: “Que no hagan callo las cosas ni en el alma/
ni en el cuerpo,/ pasar por todo una vez, una vez/ solo y ligero,/ ligero,
siempre ligero.”
Que no se nos endurezca el corazón,
ese es el secreto. Un corazón blandito: ama, compadece, atiende, abraza,
agradece, perdona, acoge, sueña, sonríe.
Ese es nuestro aprendizaje, no
endurecernos, ni cerrarnos a las necesidades de los demás. También es nuestra
más grande oración.
Si tuviéramos claro que todo le
pertenece a él. Dice el P. Pio: “Mi
santidad no es fruto de mi espíritu, sino que es fruto del Espíritu de Dios que
me santifica. Es un don, un talento que me ha prestado.”
Así es todo: prestado. Regalo
inmenso de vida y de amor. La dura muerte pone las cosas en su sitio y nos
lleva a aprender rápidamente y a buscar lo esencial: el misterio de nuestro ser
infinito, atemporal.
Pasemos ligeros y sin cargas por
esta etapa terrenal tan corta. Solo son necesarios alabanzas y cantos.
2 comentarios:
Alabanzas y cantos
Si tuviéramos claro que todo le pertenece a Él.
Gracias Conchi¡
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