“Caminemos
a la luz del Señor” (Is 2,5)
Cómo saber que se camina a la luz
del Señor, en su presencia, y haciendo su voluntad. Nunca tenemos certeza
absoluta, tan solo, y no es poco, contamos con la bendita lamparilla de la fe
encendida.
Si lo supiéramos explicar y dar
razón de todo, si ya nada fuera sorpresa, nos faltaría la sal de la vida: la
búsqueda, la ilusión, el dolor y la oscuridad, y también los momentos de luz y
de encuentro.
Por eso, porque no sabemos nada,
reiniciamos cada día nuestra aventura humana, perseguimos sueños, escuchamos
mensajes, escogemos palabras, adornamos espacios, y así nos asomamos lentamente
al misterio divino.
Cada nuevo día inventamos plegarias
para que no se nos muera la esperanza. Y como buenos guerreros luchamos
nuestras batallas personales, cada uno tiene las suyas. Todas tan diferentes, y
a la vez, tan iguales.
Este tiempo que llamamos
“existencia” es difícil y fácil a un tiempo, es oportunidad y también tiene sus
sombras. Pero la existencia en realidad es regalo, don. Llegar a percibirlo así
es nuestra meta.
Como somos ignorantes, hay que
dejarse guiar por esa lamparilla interior que nos orienta, nos señala caminos,
y de diferentes maneras nos va diciendo: confía.
Me gusta pensar que soy co-creadora
de mis días, me cambia por dentro y me hace ver todo de modo diferente. El
impulso interior de decir “Sí” me implica en todo lo que me sucede, me hace vivir
en positivo y ponerme en línea con todo, con todos, en anhelada paz y armonía,
y me lleva a estar atenta para poder aprender las lecciones de la vida.
Al final, se trata de encontrar el
ritmo personal que me haga vivir con los ojos abiertos y con actitud agradecida
en este bello mundo.
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