Hay una bendición franciscana que
comienza así: “Que Dios te bendiga con la
incomodidad…” Parece increíble desearle eso a alguien, pero lo cierto es
que no nos conviene estar demasiado cómodos, instalados en la zona de confort,
sino en la inseguridad y la inquietud, que nos impulsa a ponernos en marcha
cada día para buscar nuestro verdadero hogar.
Me sucede a menudo que son tantos
los momentos entrañables a lo largo de la vida, las emociones compartidas con
los más cercanos, los gratos recuerdos, que todo se une, dentro de mí, en un
canto de amor y agradecimiento. Eso no quiere decir que no haya habido en algún
momento conflictos o sufrimientos, pero eso también forma parte de la vida, no
hay día sin noche, ni sombra sin luz.
Me gusta mucho cuando Rumí dice que
el ser humano es una casa donde van llegando diferentes huéspedes, desde alegrías
a tristezas, maldades y también pensamientos oscuros. Tenemos que dar la
bienvenida a todos: “Recíbelos en la
puerta riendo e invítalos a entrar, han sido enviados como guías del más allá.”
Eso es muy fuerte, como se dice ahora. Lo que en principio tendemos a rechazar
como obstáculos, hay que abrazarlo y darle nuestra acogida cariñosa, como un
regalo más que llega de parte de nuestro cielo protector. Tenemos tanto que
desmontar y que desaprender, tantas ideas erróneas en la búsqueda de una falsa
felicidad y un falso paraíso.
Nuestro único propósito,
certeramente expresado en palabras de Martínez Lázaro debe ser: “Quiere lo que la vida quiere. Esa es la
libertad interior”.
Preciosa libertad interior que siempre
nos abre espacios de aceptación, entrega y amor.
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