Cuando somos felices, ensanchamos
el espacio interior, y podemos recibir toda la bondad y belleza que nos envuelve.
Cuando nuestro espacio se cierra por las preocupaciones, no nos llega la
alegría ni la luz, entonces se hace difícil vivir.
No acabamos de entender el camino
para ser felices. Nos lo dice el sabio Papaji: “Lo que sea que venga, déjalo venir. Lo que se quede, déjalo estar, lo
que se va, déjalo ir. Quédate callado y adora al Ser.” La manera de vivir
una vida feliz es aceptar cualquier cosa que venga, y lo que no viene, que no
te importe. Las personas más felices son las que son agradecidas con lo que
tienen o no tienen.
Todos nosotros somos palabras
pronunciadas en el tiempo, hemos salido de unos divinos labios, hemos
aterrizado en la materia y en el asfalto, y somos impulsadas a realizarnos. En
nuestro nuevo estado, nos cuesta mirar la luz de la que venimos.
Afortunadamente, tenemos indicadores
que nos muestran el camino a seguir, y están situados en nuestro interior.
Tenemos que organizar y cuidar muy bien ese viaje hacia nosotros mismos, porque
es el viaje de nuestra vida. Lo expresa muy bien Carmen Jalón: “Es ir a la tierra prometida, la del corazón,
donde mana leche y miel.” Los indicadores son dulces y apetecibles, no
podía ser de otra manera.
Cuando estoy atenta a mis
movimientos interiores, y soy auténtica y honesta en mi caminar, comienzo a
dejar en un segundo lugar a mi yo egoísta y a descubrir mi yo en Dios.
Y así, poco a poco, me adentro en
la tierra de la promesa, donde todo lo vivo como regalo. Todo es maná que me
alimenta y ayuda.
Si no me maravillo de existir, algo
va mal, porque la vida es un milagro continuado.
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