La felicidad deja un sabor cálido
en la boca, una caricia en el estómago, una honda emoción en la piel. Es fácil
de identificar. Esa sensación puede venir en cualquier momento, acompasada con
la música que acompaña el propio silencio interior. Una música divina.
Aceptar y abrazar la propia
fragilidad, es necesario. Saber que me equivoco, dudo, no todo está limpio en
mí. Saber que estoy mediatizada por montañas casi inamovibles que se pueden
llamar psique, mente, tradición, prejuicios. Son montañas que me aplastan y me
paralizan.
Sin embargo, saber que sigo siendo
libre para lo esencial: saberme viva y agradecida. Saberme amada. Ese es mi
tesoro y la única perla que tiene valor.
Veo claro que tengo una faena por
delante, desprenderme de todo lo negativo que se me haya ido pegando a la piel,
también de los miedos que me inmovilizan, y, con pequeños intentos, aprender a
volar, para preparar el vuelo definitivo para el que he nacido.
Todo ello, haciendo lo que hago
siempre, lo que la vida pone en mi camino. Cosas sencillas, tareas fáciles,
porque yo he elegido verlas fáciles. Para eso tengo libertad.
Estoy alerta, vigilante, porque no
quiero perderme mi auténtico nacimiento, mi propio despertar, el que sucede
poco a poco, paso a paso a lo largo de mi vida. Es imparable, no hay vuelta
atrás, he nacido para eso.
Es una gozada ver cómo se completan
los ciclos, cómo se armonizan los tiempos, y todo tiene un sentido. Esto puedo
verlo mirando hacia atrás, leyendo en lo que ya ha sucedido.
Siempre teniendo en cuenta que para
amar tengo que estar atenta y vigilante, con todos mis sentidos puestos en el
aquí y el ahora del Amor Infinito que me sostiene.
2 comentarios:
Para amar hay que estar vigilante
Quitarnos de nuestra piel todo lo negativo. Hacerlo fácil.
Gracias mamá.
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