En la Exhortación Apostólica “Gaudete
et Exsultate”, el Papa Francisco nos dice que la santidad es la fuerza de la
gracia divina que interviene en nuestra misma debilidad, por eso somos todos
santos, ya, porque esa gracia siempre está llegando y posibilitando. Y no
importan nuestros errores o malos momentos, el Espíritu siempre actúa en
nosotros y de esa bella caricia nace la chispa extraordinaria de ser humanos y
sentirnos en camino. Qué suerte aprender a ver lo extraordinario en lo ordinario.
A medida que vivo, me descubro y le
descubro. Porque vamos juntos, en el mismo pack. Ni espacio ni tiempo nos
separan. Él es todo en todos.
Lo que importa es la actitud de
cada uno, pensar en uno mismo como un milagro único, nuevo. Como una nueva estrella,
ante la que hay que asombrarse, sin preguntarse por los problemas que tuvo o
tendrá, ni por el tiempo que tardó en gestarse. Yo soy esa estrella, y voy a
remolque de la vida que me lleva. Yo soy la observadora y contempladora, que ve
cómo la vida actúa. Me descubro a medida que voy viviendo. También a medida que
voy escribiendo, por eso, aconsejo a todo el mundo que escriba, es un ejercicio
de la mente muy beneficioso para llegar hasta uno mismo.
Si todos llevamos en nosotros
mismos la santidad, es porque el único Santo que hay nos ilumina y nos mueve.
También nos envía. “Los envió a anunciar
su reino”. Porque hemos de comunicar lo recibido, y compartir la luz que
nos guía, nada es para nosotros solos.
La santidad de Dios que actúa en
nosotros, nos hace fecundos para el mundo. De esta manera nos enriquecemos y somos
capaces de alimentarnos unos a otros.
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