Las oraciones, las meditaciones, la
multitud de grupos de apoyo mutuo, las lecturas espirituales, la fe, incluso
las religiones, todo está encaminado a quitarnos los miedos, y al mismo tiempo,
inundarnos de confianza.
Hay un miedo universal e instintivo
a la muerte, y hay miedos pequeños a que las cosas no salgan como nosotros
planeamos. Siempre buscamos asegurarnos.
El miedo es como una casa con muros
altos, que no nos deja contemplar la belleza de la vida. Esos muros nos ocultan
la magia de cada momento, nos roban la alegría.
El miedo ata, limita, impide la
esperanza. También tememos al sufrimiento, sin embargo, las cruces que cargamos
nos enseñan a ser personas humanas, nos dan un plus de sabiduría, y nos hacen estar
atentos a los que más necesitan ayuda.
Todo es un aprendizaje para
asomarnos a la luz de la que formamos parte y al misterio de la gracia que nos
sostiene y que siempre trabaja para nosotros.
Personalmente, no puedo decir que
esté libre de miedos, pero sí que voy consiguiendo victorias diarias en el
terreno de la confianza. Esas victorias son algo grande para mí, porque suponen
una preciada tabla de salvación en un mar revuelto. Quitar mis miedos
seguramente dure toda la vida o puede ser que no lo consiga nunca plenamente.
Lo que sí sé cierto es que confiar me relaja y me pone en otra dimensión,
porque siempre me proporciona la paz que necesito.
Me gustaría llegar a aprender e interiorizar
lo que dicen los grandes santos: “Todo es
para bien”.
1 comentario:
Precioso y sensato comentario. Gracias
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