Entre los dones que recibimos está
el de acompañarnos y ayudarnos unos a otros. Unos lo ponen en práctica más que
otros. Los hay que lo tienen atrofiado de no usarlo. Pero está, y en
situaciones límite, siempre sale ese ser humano sensible y solidario que somos:
reclusión hospitalaria, enfermedad, etc.
Todos llevamos el encargo de cuidar
a los cercanos y a los que la divina casualidad trae hasta nosotros.
Con ese cuidado caminamos más
alegres y confiados. Con esa atención de unos con otros, Dios mueve los hilos
de esta vida para socorrer a los más necesitados y poner en ellos alivio y
esperanza.
No somos nosotros quienes tomamos
la decisión de ayudar sino el Espíritu amigo que conoce bien la interioridad de
sus criaturas y sabe exactamente qué teclas tocar en cada ocasión.
El tejido de las relaciones
interpersonales es extremadamente intrincado, nosotros solo tenemos que seguir
los impulsos que nos llevan a cuidar de los demás, de nosotros mismos, del
entorno. Ahí está la mano divina que ama tiernamente su creación.
No nos creamos autosuficientes y
separados de todo. Estamos todos en una empresa común: atender la vida,
venerarla y disfrutarla, hacerla fácil, no complicar las relaciones humanas, quitar
hierro de cualquier asunto. Ayudarnos unos a otros es practicar amor y
alinearse con la voluntad divina.
“Lo nuestro es pasar”. Lo que importa es lo que permanece, haber participado
de un momento de luz, haber tomado prestada la esencia divina y haber cuidado
de ella en todas sus manifestaciones.
“Todo
lo hace Dios”, decía Santa
Teresa. Por eso, el mérito nunca es nuestro, el agradecimiento tiene que ir
dirigido siempre a él.
1 comentario:
Q la gracia de Dios nos ilumine siempre para estar al lado del q lo necesita. Si el ser humano fuera tan solidario la sociedad sería distinta. Un abrazo y gracias
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